Aquel aeropuerto, que tanto parecido tenía con un centro comercial, hoy da pena pasear por él. Muchas persianas cerradas. Sólo algunas cafeterías y las grandes marcas están abiertas. Ese pequeño lujo de probar perfumes caros en la sección Duty-Free ya pasó a la historia. Evitar todo aquello que se puede tocar, es el lema.
Algunas compañías recuerdan de forma tajante la obligación de usar la mascarilla. Y, ojo al dato, no valen todas. Unos días antes del vuelo recibes un email de esos que te hacen contener la respiración pensando que tal vez el vuelo se haya cancelado, pero no, el asunto es: “aviso importante antes de embarcar” y, en negrita, advierten que los compartimentos altos del avión estarán cerrados, y que para poder entrar al avión debes llevar necesariamente la quirúrgica.
El recibimiento de las azafatas lo es con una bandeja para que cada pasajero tome una toallita y la bolsa por si. Sírvase Vd. mismo, nos indican. Una vez en los asientos, no busquen: Aquellas revistas tan inspiradoras, también pasaron a la historia.
Antes de volar, nos informan del sistema de renovación del aire: “se realiza completamente cada dos minutos”. Yo le pregunto a la sobrecargo qué pasaría si tu vecino de asiento, el de codo con codo, comenzara a toser, y no parase en dos minutos con su carraspera. En este impasse del tiempo de renovación… “Por eso –me contesta al ver mi cara de preocupación- es necesario llevar la mascarilla durante todo el vuelo”.
Pura matemática, o… ¿es cuestión de filosofía?
En esos tiempos de espera que se forman a la hora de embarcar al avión, a mí siempre me gusta entretenerme para averiguar qué regla matemática sigue la compañía. Pues tengo la esperanza de ver en acción algún día mi favorita: la creada por un astrofísico que consiste embarcar primero los de ventanilla; después los del centro de la fila y, por último, los del pasillo. Él aseguró en su informe que “se ganaría en eficiencia en torno a un 70% de ahorro de tiempo”. Pero, hasta ahora, no he tenido suerte. Como supone separar familias y amigos, la que más se utiliza es dividir el avión en tres partes y entrar por grupos según en qué fila esté nuestro asiento. Aquello de “los últimos serán los primeros” en salir del avión, se cumple a rajatabla.
¿Lo mejor de todo de la era Covid-19?
¿Recuerdan ese momento en el que el avión, recién aterrizado, se convierte en cuestión de milésimas de segundo en el mismísimo camarote de los hermanos Marx? Todos salimos al pasillo central en posturas en las que casi es imposible mantener la línea vertical del cuerpo; Y somos capaces de hacernos un hueco como sea entre un codo por aquí y una maleta por allá. Esta “práctica consolidada” también ha pasado a la historia.
Las azafatas insisten en que, con el fin de mantener la distancia entre los pasajeros, el desembarque se hará ordenado por filas. Un poco de paciencia y, este orden cuadra a la perfección hasta que… sí hemos salido ordenados del avión de forma pausada pero para entrar cual pelotón en los autobuses hasta la terminal. Las contradicciones de la vida. Aquí los filósofos nos deben echar un cable.
Y, ¿las máscaras de oxígeno?
Otra gran duda, ahora que volamos con la mascarilla sí o sí es: ¿qué pasaría en ese momento que jamás nos toque vivir en el que cayeran del techo las “máscaras de oxígeno” en el caso de despresurización del avión? ¿Dos mascarillas a la vez? No se alarmen. En este caso, y también si Vds. toman un aperitivo a bordo, está permitido quitarse la mascarilla quirúrgica.
En busca de la maleta, con un paquete “sospechoso” en la mano
Y ya en tierra, las zonas de recogida de equipajes están divididas con tiras adhesivas a modo de pasillos imaginarios para evitar aglomeraciones. Cosa sorprendente es que los operarios nada más vernos nos dijeron: “Los de Palma, vayan a la cinta número 7”. ¿Cómo sabían de dónde veníamos? ¿Tendría acaso algo que ver que todos llevásemos en una de las manos unas cajas grandes de cartón con forma octogonal que nos delataban?
Menos mal que las sabrosas costumbres no han pasado a la historia.