Que si el tiempo pasa volando. Que si después de los cuarenta, la velocidad ya es supersónica. Que si una hora de espera, es una eternidad (y dicen los expertos que ya no existe nadie con tanta paciencia). El vivir parece ser cosa de apremio y urgencia.
Ante ello, cuánto significado adquieren esos lugares que parece supieron hacer su pacto con el diablo y podemos visitarlos en un “su eterna juventud”. Les invito a tomar un aperitivo con los mismísimos romanos. Pago yo la cuenta.
La gran sabiduría de los tiempos de Roma se extendía a las artes de la pesca. Además de ingenieros y constructores de primera, supieron construir unas “piscifactorías” en la misma costa, a pie de playa. Estaban diseñadas a modo de laberintos; En ellas, los peces, una vez dentro ya no podían escapar.
Entre piscifactorías y piscinas: un piscolabis
Se pueden aún ver en varias ciudades de la costa levantina. Especialmente bonitos son los denominados “Baños de la Reina” de Calpe y de El Campello. Funcionaban como si fueran unas “almadrabas de rocas”. En la última de las balsas-piscinas los dejaban secar. Y de ahí, a la mesa con la famosa salsa garo y los salazones.
Este lugar calpino es uno de los favoritos para practicar snorkel: antaño una piscifactoría, hoy, toda una maravilla de acuario en libertad (pulpos, erizos, poríferos…) y, coincidencias bonitas que tiene la vida: allí estábamos con nuestro aperitivo de mojama y hueva. Sí, la versión actualizada de los mismos manjares que se producían en el mismo lugar hace unos 2.000 años. Ya les digo: sentados bajo el sol cual “romanos contemporáneos”.
En el Museo de la Historia de Calpe se explica con gran detalle cómo se construían estas balsas talladas en la roca, con el doble itinerario de estar entre sí unidas y, a su vez, también con mar abierto. Su destino era la producción local (al modo de pescaderías en el siglo I. a C.) pero también eran parte de las lujosas villas romanas.
Chapoteos
A pocos kilómetros de distancia, siguiendo en esta misma zona de costa levantina, se puede visitar “la Villa Romana de L’Albir” (en L’Alfas del Pi). Fue la casa (hoy diríamos mansión) de una familia romana muy adinerada. En su propiedad tenían la almazara en el propio jardín y también las termas.
Y, nuevamente, coincidencias y reiteraciones tiene la vida, los vecinos actuales de aquella lujosa residencia romana, tienen construida su piscina, pared con pared, con las antiguas termas. El dato curioso es que se pueden visitar las termas con el sonido del agua de fondo de los chapoteos y brazadas de los colindantes.
¿La bolsa o la vida?
En este continuum del vivir, vemos cómo se repiten las pandemias. Aquel viejo dilema que leíamos en los cuentos infantiles cuando el personaje malo aparecía por sorpresa, está vigente: salvar la salud o la economía.
Aquel viejo tiempo que volaba, parece quedar en ocasiones detenido e inamovible. ¿Qué entregamos al asaltante: la vida o la bolsa? Es, desgraciadamente, la pregunta actual ante la que no tenemos respuesta.
La escritora Natalia Ginzburg sostenía que “nuestra existencia se desarrolla según leyes antiguas e inmutables; existe una cierta uniformidad monótona en los destinos de los hombres”
Creemos que somos originales, innovadores, pero… ¿realmente hemos avanzado? Hace 3000 años un egipcio podría estar delante de su casa viendo este campo de alfalfa con las palmeras detrás. Hoy, en el siglo XXI, en otra parte del Mediterráneo, pensemos en un murciano, podría tener idénticas vistas justo ante su vivienda. Podrán ver a lo lejos la hilera del tendido eléctrico, porque sí, hay constantes vitales pero también junto a ellas, paso a paso… se hace el camino como nos enseñaba Machado.