¿Es posible que un turista llegue a una ciudad y, a los cinco minutos, esté tomando el aperitivo con el mismísimo Sr. Alcalde?
Hacíamos la ruta de los Pueblos Negros. Nuestra primera parada era en una bellísima ciudad cercana a Guadalajara. Allí vivía un viejo amigo con el que habíamos quedado para que nos hiciese de cicerone.
Aparcamos el coche, lo llamamos y él todavía estaba trabajando. “Iré en una hora; Antes me es imposible. Lo siento muchísimo”. Sin problemas, le tranquilizamos.
Mi amiga y yo le esperaríamos tomando un aperitivo en un bar pequeño de la plaza mayor. Le dimos las señas exactas. “Perfecto; Mando a unos amigos antes para que así no estéis solas”. Así de acogedor era nuestro anfitrión.
Eran aquellos tiempos de barras abarrotadas. De esas en las que uno se asoma por la puerta, parece que no queda sitio y justo cuando está a punto de desistir y se dispone a dar media vuelta, se oye desde el fondo la voz del camarero: “Pasen que por aquí hay sitio”. Y, cosas de magia, siempre -entre las estrecheces- se encuentra un hueco al final de la barra. Es más, logramos la primera fila, toda una cotizadísima pole position en los bares donde las haya.
Casi al mismo tiempo, detrás de nosotras llegaron un chico joven muy guapo con una señora mayor muy culta. Pensamos que serían madre e hijo. Como no queríamos abusar de esta primera fila, les hicimos un hueco para que ellos también pudieran pedir sus bebidas y así fue como empezamos a charlar con ellos y a compartir la primera cerveza. Después llegó una segunda con su tapa… Y en estas que nos pusimos con la típica conversación de turistas: “Somos de Murcia, acabamos de llegar…”.
Una hora y media más tarde
Cuando ya íbamos por la tercera, apareció nuestro amigo. Llegaba acalorado y un poco apurado porque, a su vez, sus amigos llevaban buscándonos desde hacía un buen rato y no nos habían localizado. Y eso que le habíamos dado la localización exacta del bar donde estábamos.
La barra seguía a rebosar. Eran tiempos prepandémicos
Mi amiga Lola y yo continuábamos en animada charla con el que para nosotras era “el chico joven y su madre” y, justo cuando íbamos a presentárselos, nuestro amigó nos paró en seco para saludarlos directamente pues ya se conocían. “Sr. Alcalde; Concejala de Cultura, buenos días”, les dijo.
Nosotras allí estábamos de cañas con el Sr. Alcalde sin saber quién era. El caso es que sí habíamos notado que todo el mundo lo saludaba al pasar. Y él respondía amablemente a todos. También que los camareros estaban especialmente atentos a nuestro rincón en la barra. Pero pensábamos que sería un chico popular. Sí que nos extrañó que fuera de cañas con la señora mayor, a quién nosotras sin más habíamos atribuido el parentesco de su madre. Y era, como descubrimos en los saludos, la Concejala de Cultura.
No acabó ahí la cosa
Los amigos de nuestro anfitrión tras integrarse en el rincón de la barra nos confesaron que habían entrado y mirado en todo el bar varias veces. Que efectivamente nos habían visto. Pero que al ver dos chicas que estaban tranquilamente hablando y riendo… ¡con el Sr. Alcalde! habían descartado que pudiéramos ser las que buscaban. Pues ¿en qué mente entra la lógica de que unas mozas recién llegadas pueda estar de cañas con la máxima autoridad local?
Bares, qué lugares. “Jefe, no se queje, y ponga otra copita más”.
Cuánto se echan de menos.