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Los desheredados

 

Me cuentan que en las notarías y despachos de abogados no dan abasto para atender tantas consultas sobre temas vinculados con la herencia. Estos tiempos tan duros de pandemia cambian por completo las prioridades y ese testamento que se resistía, que se dejaba para otro momento, ahora ya queda finalmente rubricado.

¿Y si abrimos las puertas de las notarías al mundo?

Saltamos de esos despachos a otros lugares donde, en el reparto de bienes, no fueron afortunados. Se quedaron sin nada. Ni siquiera la legítima estricta. De ahí que sean conocidos como los <<desheredados>>. Por aquello de los anglicismos, también son bautizados como <<Bad Lands>>. Estas tierras, nada fértiles, se han visto abocadas al abandono durante siglos. 

Y en esta situación de intemperie, su visita ahora deja un halo de tristeza, acorde con los tiempos de pandemia. De ahí que quisiera -por mimetismo con la naturaleza- recomendarles uno de estos parajes. Se encuentra a las espaldas del Puerto de la Cadena (Murcia). En apenas unos diez kilómetros uno puede dejar el centro urbano y dar un paseo por mitad del desierto. Pasar del todo a la nada.

Sí quedan restos de un pasado en algunos caseríos derruidos. Este lugar, por su escasa rentabilidad agrícola, se destinaba a la hibernación del ganado manchego dadas las mejores temperaturas de esta zona. Y, con mucha inteligencia, sabían aprovechar los desniveles del territorio para retener el agua de la lluvia con las típicas terrazas de verano que aún se pueden ver. Eso sí, están muy escondidas entre la maleza y los arbustos. Incluso perviven los restos de un acueducto.

Si dan un paseo por este desierto, después de tanta soledad, merece la pena visitar la Ermita. Bueno, lo que queda de ella. Yo hice la ruta con un paleontólogo que nos abría los ojos a las todas las estrategias que tenía la población para poder sobrevivir a la adversidad en estas tierras baldías. 

Un famoso fotógrafo de los Países Bajos colecciona fotografías de iglesias abandonadas en todo el mundo. Tiene un curiosísimo muestrario: en algunas de ellas, los espacios que fueron de oración, hoy se han convertido en un vergel natural; En otras, invadidas por el agua, se ha multiplicado la belleza pues se crean en el suelo unos espejos con el reflejo de las pinturas de las cúpulas.

Yo compartí las mías de la Ermita para que su colección de lugares decadentes aumentara un poquito más con un ejemplar murciano. Se quedó maravillado por la fuerza de resistencia a caer. “Preciosa metáfora” me decía. Verán que la fachada casi mantiene su posición original. “Resistiré”, cantábamos nosotros también hace ahora un año justo.

Laberintos de montañas que son… ¡un museo de escultura!

Lo más bonito de esta ruta es perderse entre las paredes altas de estas tierras, que parecen toda una gran escultura, moldeada por el capricho del viento y la lluvia. Cambian de forma según cómo sean estos torrentes. La libertad que tiene el agua deja al descubierto las raíces de los árboles; túneles secretos, pasadizos, etc. Notarán cómo el silencio también se cuela entre las grietas. 

Otra propuesta insólita es dar un paseo por estas tierras blancas bajo el reflejo de la luna llena. La superficie, entonces, cambia de color -del blanco al rojo- y uno, ante tanta extrañeza y falta de vida, cree que está pisando el mismísimo Marte. Muchos son los que ven en este planeta nuestra futura herencia.

¿Nos vemos en “Marte”?

 

 

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