Después de una pausa de dos años, por fin, volvíamos todos al Congreso.
Y tengo que contarles para mi gran sorpresa que fueron muchos los insignes académicos, ilustres ponentes y meros asistentes como yo que saludamos con… ¡dos besos con las mascarillas puestas! (¿qué fue de aquel viejo dicho de los besos auténticos de las españolas?).
Eso sí, todas las medidas de seguridad Covid las cumplimos a rajatabla: Distancia de seguridad a la hora de sentarnos (asientos libres entre unos y otros); Mascarilla obligatoria en el auditórium; Control riguroso de los asistentes y, muchas más.
Pero, paradojas del vivir, por la noche, las “puestas en común” de lo aprendido (y desaprendido) sí lo eran en corrillos sin mascarillas, brindis va, brindis viene.
Y cuantos más brindis, menos distancias y más bailes de por medio. Que el trabajo y el jolgorio tienen tanto magnetismo que, a nada que uno de descuide, pasa de uno a al otro casi sin darse cuenta.
Vuelos “seguros”
El caso es que llevo un vivir -casi errante- de paradoja en paradoja. No paro de oírlo anunciado a bombo y platillo: Aeropuertos seguros; “Pasen y vuelen”, que dirían en lenguaje teatral.
Pero ¿de qué sirven salas de embarque con sillas inutilizadas, si luego, una vez dentro del avión, ya vamos a ir todos los pasajeros sentados juntos durante horas?
Incluso antes de llegar a ese aeropuerto (ejem) “seguro” hay muchas incongruencias. Me cuenta una amiga que viaja mucho, cómo circula por los aeropuertos y en todas las salas se mantienen las distancias. Si le toca esperar de pie a la hora de embarcar, allí que aguanta estoica. Pero que, eso sí, en el autobús que la llevó al aeropuerto iban todos apiñados. Allí no había cintas adhesivas en ningún asiento.
Por eso me intriga aún más: ¿de qué sirve un aeropuerto seguro, si una vez que uno sale de él -o entra-, en el autobús irá codo con codo con otros pasajeros?
Recuerdo todo lo que aprendí antes del verano cuando anunciaban que volar era seguro porque existía un sistema casi perfecto de renovación del aire. Cada dos minutos, el aire parecía ser el de los mismísimos Alpes (según leía yo entusiasmada. Les confieso que hasta me lo creía y todo). Entonces, si en la era prevacunas ya era seguro volar, ¿por qué ahora es necesario el certificado Covid, cuando el sistema de renovación del aire es el mismo, aquel alpino?
Este tema de los vuelos y de los aeropuertos… ¿acaso no es puro teatro? Sí, “teatro del absurdo” me contesta un amigo actor.
¿A Vds. no les parece que esos dos besos con mascarillas que nos estamos empezando a dar son toda una farsa?
Demasiadas paradojas nos trae la era Covid. Esto no hay quién lo entienda. Yo voy a empezar a “hacer cobras” ante estos besos con mascarillas porque… sí, los de las españolas siguen siendo auténticos en esta vida que es puro teatro.