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De paseo con el Sr. Livingstone

Cuentan las leyendas que este explorador caminaba orientándose tan sólo por el ruido del agua. Con este “guía sonoro” se topó de frente con las grandiosas cataratas Victoria, que localmente son conocidas con el bonito nombre de “humo que truena”.

¿Y si nosotros también nos copiamos de la peculiar pauta de orientación de este médico aventurero y nos dejamos guiar por el sonido del agua?

Pongan pues oído avizor que vamos a descubrir unas cuantas cascadas y saltos de agua.

Dejamos la costa mediterránea y nos adentramos en tres pueblos valencianos que forman un abecé precioso: Anna, Bolbaite y Chella. Distan entre ellos unos cinco kilómetros aproximadamente, por lo que se prestan -como David Livingstone- a descubrirlos caminando.

Baño de bruma en Anna

Seguimos el orden alfabético y, en el primero de ellos, Anna, si cerramos los ojos, será el sonido del agua el que nos conducirá hasta el lavadero del pueblo situado en la plaza de la Alameda, que -ojo al dato- tiene su pequeña cascada. Remontando este cauce se puede realizar una ruta de senderismo que atraviesa una vegetación salvaje y, apartando unos troncos por aquí y unas ramas más allá, uno cree que está en el mismísimo corazón de África (sí, a estas alturas irremediablemente estamos ya contagiados del espíritu aventurero). 

El sonido nos llevará primero a la cascada Gaspar; Y, un poco más adelante, a la gran cascada de Los Vikingos. Y aquí sí nos podemos dar un baño de bruma de esos que calan de felicidad. Según como sea el caudal, en ocasiones uno puede caminar por el interior de la catarata. Yo no tuve tanta suerte.

SPA natural en Bolbaite

En este recorrido es casi seguro que entren ganas de darse un baño. En la segunda letra del alfabeto, en Bolbaite, podemos nadar a gusto en unas piscinas naturales y llegar incluso hasta dentro de una pequeña cueva. Y, si sus brazadas lo permiten, pueden recibir una ducha bien generosa debajo de una gran cascada. El problema es poder nadar hacia ella ya que la corriente nos empuja en contra y con mucha fuerza además. Yo lo intenté varias veces hasta que por fin logré sentir cómo toda la fuerza del agua me capuzaba varios metros hacia abajo.

Chella y las ganas de gritar de alegría

Terminamos nuestra ruta acuático-sonora en Chella donde nos espera un trío de sorpresas.

Nos recibe un sugerente cartel que indica “Playa Salvaje”. Y a nada que a uno le guste la playa y la aventura, los pies le llevarán a descubrir una gran piscina rodeada de árboles que reflejan todo su verdor en el agua. Livingstone de haberla visto habría creído estar ante un oasis. O hallarse ante las mismísimas fuentes del Nilo.

Pero no acaba aquí la sorpresa. Si están cansados y necesitan tomar algo, nada mejor que hacerlo en la plaza de la Iglesia de la Virgen de Gracia; La cúpula tiene una nota muy original: tiene reflejos translúcidos pues sus tejas son vidriadas, lo que permite el paso de la luz al interior.

Y la tercera alegría -la hemos dejado para el final- responde a aquello de “el esfuerzo mereció la pena”. Una de sus callejuelas asusta al verla desde lo lejos: menuda escalinata. Pero cuando uno alcanza el último peldaño, en lo alto aparece el mirador con vistas del Salto de Chella: una impresionante cascada de más de veinticinco metros de altura.

Al verla a lo lejos a uno le entran ganas de gritar de alegría. Yo me pregunto: ¿gritaría también el doctor Livingstone cuando descubrió las cataratas Victoria? Supongo.

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