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Zona de embarque

“Abre la ventana que entre el agua”

 

 

Una hilera de casas bajas, construidas en una desafiante y primerísima línea de costa; La puerta principal de estas viviendas, de gran dimensión, estaba alienada con la puerta trasera que daba a un gran patio. Todos sus propietarios compartían la misma profesión: pescadores.

Con este sabio truco arquitectónico, cuando el temporal marítimo arreciaba, los mayores gritaban al resto de la familia: “Abrid las puertas que entre el agua”. Y las olas invadían el hogar a través del portón de las viviendas; Salían -ya más calmadas- por el patio trasero.

En este vaivén: “mi abuela, mi padre, mis tíos… todos se agarraban a los barrotes de las ventanas”. Esta aventura familiar hogareña me la contaba Carla, una joven con los ojos emocionados que recordaba las veces que su abuela le había narrado estas hazañas, vividas en primera persona.

Hoy, los espigones de grandes rocas construidos en la playa evitan estos oleajes. 

Senda hacia el pasado

Es bonito caminar por esta primera franja (convertida en un paseo marítimo: Carrer de San Vicente) en la que aún se pueden ver estas viviendas, con la decoración singular bajo las tejas. Muchas de ellas son heladerías, tiendas, hoteles o restaurantes de pescado y marisco.

En este viaje por el pasado, también quedan casas con esta misma estructura en lo alto del casco viejo de El Campello: éstas ya sin peligro de un oleaje (tan sólo un tsunami podría alcanzarlas). Un ejemplo es el restaurante Merfin La Solera. A la hora de acceder, uno piensa que está entrando tan sólo en una vivienda (la nueva decoración han dejado los restos de los antiguos muros de piedra que tuvo en su momento). Y la sorpresa lo es en el acogedor patio trasero con limonero, naranjo y hasta el rincón de la barbacoa. ¡Todo, una “exquisitez”!

Y más atrás en el tiempo

Y si continuamos con esta mirada hacía atrás en el tiempo, llegamos a la época de los piratas. ¡Otra aventura dónde las halla! En El Campello, al igual que otros muchos pueblos de costa, estaban bien preparados para poder divisarlos desde lo lejos.

La perfecta ubicación de las Torres Vigía, separadas entre sí a una distancia de humo y fuego, hacía las veces de una alerta visual que se transmitía también tierra adentro a las casas-torre cual efecto dominó. Muchas de estas construcciones aún quedan en pie. En El Campello se puede subir al punto más alto de esta torre para tener una visión 360 grados. Como si fuéramos un dron estable.

Los romanos también se alojaron en este bello lugar

Se detuvieron ante las bondades que ofrecía El Campello. Supieron, con su maestría, aprovechar los recursos de la Illeta dels Banyets para aprovisionarse de pescado fresco. ¡Cuánta sabiduría!

En esta península rocosa (que era todo un “polígono industrial” de entonces: hornos, almazara… hasta termas) crearon una piscifactoría mediante un laberinto entre las rocas, que permitía con unas aperturas y ranuras entre ellas, disponer de pescado fresco a diario. Hoy, es un paraíso para el buceo. Me contaba Felipe, el guía, que una de las actividades posibles es ir con un mapa y GPS acuáticos y localizar dentro del agua las especies. Yo doy fe de haber visto -con tan sólo unas gafas de bucear- grandes pulpos, erizos de mar, holoturias, mojarras, salpas…

Y, en este recorrido hacia el pasado -pero con el aliciente de que aún se puede revivir en pleno siglo XXI-, no es exagerado decir aquello de: “En El Campello, todo bello”.

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