Muy cerca de Alicante, a unos 18 kilómetros tierra adentro, en Agost perviven aún las tradiciones y oficios de los alfareros. Sí, un material sostenible 100% que, en un desafío a la era del plástico, sigue en uso. Y, además, con mucho arte. ¡Todo un reto! Allá que nos vamos.
Paredes parlanchinas
Pasear por las calles de Agost es casi como recorrer un museo al aire libre. Les cuento cómo se consigue este logro artístico: En todas las esquinas de las calles, por encima de nuestras cabezas, como si fueran pequeños “cuadros”, están colocadas las placas con los nombres de las calles. Pero, lejos de los rótulos azules metalizados a los que acostumbramos, están hechas de barro y con diseños a color que ilustran el nombre de cada una de ellas. Así, por ejemplo, el Carrer de la Font, tiene en relieve el dibujo de la fuente; En la Plaça d’Espanya tienen lugar las fiestas y, en la placa se puede ver en ella, también en relieve y a todo color, los bailes y trajes típicos. Y así, por todo este “museo”, digo, callejero municipal.
También son muy curiosas otras calles en las que sus paredes también “nos hablan” de su pasado: lo que a simple vista podrían ser interpretados como unos rayados a la altura de nuestras piernas, son las huellas que dejaban los carros al pasar por tan estrechas calles (sobre todo en la Calle Ventós) que iban cargados de troncos y ramas para prender el fuego en las alfarerías de este barrio. Eran casas-taller con el horno en la planta baja, muchas de ellas todavía en activo. De nuevo, este callejear por Agost se convierte en otro museo, esta vez de fotografía antigua, que queda patente con unas placas con fotos que dan testimonio en blanco y negro de la vida cotidiana de entonces.
Agua, fuego y un poquito de sal: ¡Barros blancos!
Cuando se habla de cerámica, el agua es una aliada necesaria para poder diluir y moldear con ella las tierras arcillosas de este lugar. Y, una vez realizada la vasija, el botijo o cualquier otro recipiente, se pasa al fuego para su cocción a altísimas temperaturas. El dato singular, el sello “made in Agost”, es la sal de esta zona, que le da un color blanquecino al barro.
Claro que, por algo será que los agostenses presumen: “Estamos en segunda fila de costa”. El mar, lo divisan desde lo alto del mirador donde se encuentra la Ermita (hoy convertida en un Centro de Visitantes) y el cerro del castillo. Y la sal, la tiene en sus barros.
Y estos elementos (agua y hornos) se pueden aún visitar por las calles de Agost. El lavadero está adornado con unos murales que simulan las vistas de la sierra y los actos de los habitantes. Otro “museo” más, abierto de par de par.
El Museo de Alfarería
Uno de los productos de barro que ha aportado una gran riqueza a esta localidad ha sido el botijo: Cuánta inteligencia condensa este recipiente.
Aquello que tantas veces hemos dicho (y oído) sobre el mecanismo simple del botijo, debemos ponerlo en duda, porque de simpleza, ¡nada! Mucha física hay escondida en su interior.
Dos profesores de la Universidad Politécnica de Madrid (Gabriel Pinto y José Ignacio Zubizarreta) publicaron hace años su famoso artículo en la revista americana Chemical Engineering Education, titulado: “Un método antiguo para enfriar agua explicado mediante transferencia de masa y calor”, en el que resolvían la capacidad de un botijo para enfriar el agua. Esta aportación científica y, larguísima ecuación matemática, está minuciosamente resuelta en una de las paredes del museo. Se han necesitado más de tres metros para ello.
Es fácil rendirse y sucumbir en la admiración al recorrer este museo: cómo lograban apilarlos para que no se rompieran y al mismo tiempo aprovechar el espacio del carro al máximo cuando iban a para venderlos en otros lugares; O cómo los hay de invierno y de verano; o cómo los niños comenzaban a trabajar y hacer botijos que eran más grandes que ellos. Todos salimos de la visita convertidos en “botijolovers”.
Este museo tiene además un gran valor añadido: está dedicado a la alfarería y, su ubicación lo es justo donde estuvo la antigua fábrica de un alfarero, D. Severino Torregrosa. Se han respetado todos los espacios: el horno, las balsas de decantación para secar… Incluso tiene un taller donde aquello de “pónganse manos a la obra” nos seduce (será que a todos nos recuerda a la mítica escena de la película “Ghost”).
Desayuno “plástico cero”.
¿Y si cambiásemos la plastilina en los colegios por el barro? Sería un paso adelante en pos de la sostenibilidad (de la que tanto hablamos).
Estamos ante un material, la arcilla, que es sostenible y no genera contaminación. La prueba fehaciente tuvo lugar en el desayuno al que fuimos invitados un grupo de periodistas en el Museo de Alfarería. Nos abrieron las puertas con los productos típicos (las famosas cocas de pala). Eso sí, las jarras, los vasos, los platos… todos los recipientes donde estaban servidos los manjares eran tan bonitos que, al principio, a todos nos daba apuro cogerlos porque parecían auténticas piezas de museo. Pero una vez que superamos este impasse ante la belleza, repetimos todos.
En Agost, agosto todo el año
Esta es la broma local para aludir al gran atractivo que tiene este lugar, al igual que la querencia de mucha gente por el mes favorito del año.
De esta pequeña localidad salían carros cargados de botijos y cántaros que se vendían en mercados de toda España y en el extranjero; Una etnóloga alemana (Ilse Schütz) conoció uno de los talleres y quedó tan maravillada que impulsó la creación del museo; el conocido episodio de geología (Límite K/Pg) del gran impacto de un meteorito dejó aquí parte de su huella: “La Capa Negra de Agost” (si caminando por sus calles, ven un dinosaurio en tamaño real, no se asusten). Como ven este lugar ha tenido mucho, pero mucho impacto.
Lleven mucho cuidado cuando visiten Agost porque este tocar y moldear el barro, este probar a ser alfarero durante un día les puede atrapar. Se lo dice una “botijolover”.