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Zona de embarque

Una ONU del español

 

Llegados desde los dos extremos más remotos: Desde Corea del Sur hasta California, profesores y profesionales vinculados con la enseñanza del español en el mundo nos hemos reunido durante casi una semana en Valencia. Un programa completísimo, un no parar de: conferencias, talleres, mesas redondas, actividades culturales, gastronómicas (sí, tomamos paella, ¡para cenar!) en esta suerte de “reunión ONU con ñ”, en la que, por supuesto, hubo también clases de flamenco.

Todo surgió hace ya varios años de una forma bien bonita: Como acto de generosidad. Un jovencísimo profesor de español decidió compartir en internet con otros profesores sus materiales para las clases. Los manuales editados entonces no resultaban eficaces. No recogían el verdadero palpitar de un idioma; Porque, por ejemplo, ¿cómo se le explica a un alumno la expresión: “Vamos a ver, “alma de cántaro”?

De aquella “etapa semilla”, de aquellos primeros ejercicios didácticos hoy, la recopilación es extraordinaria, digna de una enciclopedia casi. El promotor, Daniel (de ProfedeELE) -una persona cercana, siempre con una sonrisa y muy abierta a nuevas iniciativas- ha asumido las riendas de este Congreso (junto con un equipo estupendo) donde no había un minuto para el aburrimiento. Y dónde cada actividad llevaba un plus de cariño puesto en ella; Porque “en cada contenido que se crea, siempre hay un poco del profesor que está detrás enseñando”.

Gran meeting de embajadores

Todos los asistentes (doscientos en total), vinculados con el idioma español, somos embajadores de un patrimonio: la lengua. Si a un matemático le preguntáramos: ¿Cuál es la ecuación para determinar cuánto vale un idioma? Cuán complejo sería descifrar esta incógnita: el valor de un idioma.

Es tanta la riqueza que aporta: abre la mente; amplia el conocimiento, crea vínculos… Y más aún cuando hablamos del idioma español, porque en este caso, el vínculo que se crea, puede alcanzar a casi seiscientos millones de personas. Gracias a una lengua, podemos convertirla en poesía; ser la letra de una partitura o enredarse en la ficción de una novela.

Desafíos y… ¡sorpresas te da la vida!

Cuando charlaba con los profesores que enseñan el español en Sevilla (con el desafío propio del acento andaluz y, con la dificultad añadida de que los alumnos asistan a clase a las 9 a.m.) recordaba que todas aquellas peripecias y el humor de La Tesis de Nancy (de Ramón J. Sender) siguen aún vigentes. 

Porque qué gran reto supone estudiar -y enseñar- un nuevo idioma distinto a la lengua que aprendemos de forma natural, sin consciencia, en el contexto familiar, con el input de lo cotidiano, como un regalo que percibimos, un objeto valioso que nos dan, que va creciendo con nosotros, formando parte de nuestra identidad.

¿Cómo ganar la atención -y el tiempo- de otra persona? He ahí el gran reto. Y más complicado resulta aún, cuando muchos estudiantes lo son por internet. Como anécdota graciosa, una niña quería enseñarle a su profesora de español su casa y, con el ordenador apoyado en sus brazos le iba mostrando la cocina, el salón… Hasta que justo su padre salía del baño, recién duchado… ¡y no podía imaginar “encontrarse” con una profesora como Dios lo trajo al mundo!

Como el mar, el infinito

Si despejamos aquella ecuación matemática, en la que teníamos una incógnita: determinar el valor de un idioma, la respuesta se asemeja al mar: el valor de un idioma puede llegar a ser infinito. Al igual que sucede en el lenguaje de la música o el de la gastronomía, el español es “casi” universal. No tiene límites.

Y, lleven cuidado que hasta se puede colar en sus casas.

 

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