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Y después de París, ¿qué queda?

 

Yo siempre me he preguntado dónde irían de viaje los parisinos. Porque si todos visitamos París en esa pulsión casi natural de buscar la belleza, materializada en toda una ciudad, entonces ellos, ¿dónde la buscarían?

Y ya tengo la respuesta. He conocido el lugar donde pasan sus vacaciones la mayor parte de los residentes del distrito central de la capital francesa. Ellos han hallado también su propio paraíso cercano en la región de Nouevelle-Aquitane, situada en el sur de Francia, en la costa atlántica.

Montañas gigantes de arena

Este lugar es de lo más completo. Tiene islas (una de las más cotizadas es la Isla de Ré) y, también montañas de arena. Y digo bien, “montañas”, sin pecar de exagerada: la Duna de Pilat tiene la altura del campanario de una catedral.

Si van Vds. con sus hijos, no podrán detenerlos: nada más verla, se le escaparán de las manos y bajarán haciendo “la croqueta”. Los adolescentes también. Esta gigantesca duna, en uno de sus lados está rodeada de un bosque y, por el otro, se baña en el océano. Así que, estén tranquilos, dejen que “sus hijos-croqueta” se deslicen por el segundo: regresarán bien limpios.

Un trío de pueblos costeros

Si para recorrer esta región siguen el trazado la franja costera, hay un trío de paradas obligatorias. Está formado por los “villages de charme”: La Rochelle (que conserva aún todo el encanto de un pueblo pesquero); Biarritz (predomina en ella el toque señorial) y mi favorita, San Juan de Luz. Les cuento lo que le pasó hace años a una amiga en este rincón del Atlántico. Pasó un verano en esta zona y quedó tan atrapada por la belleza de San Juan de Luz que se compró una casa. Y claro, cambió su lugar de veraneo.

Yo la entiendo porque este “síndrome de Stendhal francés” yo también lo sufrí pero no llegué a firmar la escritura de compraventa. Verán lo que me sucedió. Estaba un día en la plaza del mercado de San Juan de Luz leyendo el periódico y en una de sus últimas páginas, en una esquina aparecía una pequeña reseña con una gran “oferta”: Castillo en venta (Château à vendre) “por habitaciones”. Me entró tanta curiosidad que le escribí al dueño. Y ya empecé a ilusionarme porque… ¿mira que si podía hacerme yo con las llaves de un castillo? El propietario, en una de nuestras correspondencias, me comentó que al no encontrar comprador para tan magna edificación (porque los gastos de mantenimiento asustaban a cualquiera), había decidido “trocearlo”.

Una de las cosas que me deja maravillada en este pequeño pueblo de San Juan de Luz es la gran obra de ingeniera de los rompeolas y el muelle de la costa para detener la fuerza titánica del Atlántico. La naturaleza en estado bruto y el ingenio del hombre juntos.

El beber y el comer

Pero también esta región se adentra en el “paraíso gastronómico” y, de qué manera. Una de las localizaciones más conocidas es la ciudad vinícola de Burdeos. Junto a ella, un poquito más al norte, se une otra de nombre tan evidente como Cognac. Yo tuve el placer de degustar la mermelada de coñac. Pensaba que sería un desayuno peligroso y no fue así, pude trabajar después sin más despistes que los de diario.

Trazado tierra adentro

Pero si dejan la costa, el interior de esta región también tiene lugares en los que nuevamente uno sucumbe ante la belleza. El poderío de la gran Leonor de Aquitania se deja sentir en especial en la ciudad de Poitiers. Se comprende con facilidad que luchara a capa y espada para defender estos bellísimos dominios.

Un enclave “de cine”.

Si ya Humphrey Bogart nos tocó el alma con su famosa frase “siempre tendremos París”, en aquella despedida que es toda una sentencia en clave secreta de todo aquello por lo que merece la pena vivir, podemos añadir a la lista de bonitos enclaves franceses la región de Nouvelle-Aquitania.

Quiero dar las gracias al Comité Regional de Turismo de Nouvelle-Aquitaine (en el marco del TBM Poitiers) porque este año con ellos tuve la oportunidad de descubrir esta “Andalucía francesa”. Ya Platón -como también Rick-, nos alertaba que si hay algo por lo que merece la pena vivir es por contemplar la belleza. En esta región –al igual que en París- preparen bien todos los sentidos.

Porque, ¿acaso la búsqueda de la belleza no es una de las razones más poderosas para viajar?

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