Estos días de mitad de febrero ya se empieza a notar la primavera. Cupido se cuela en casi todas las tiendas y restaurantes con decoraciones y cenas que prometen mucha pasión después del postre. Por el Sur, los primeros almendros se abren para competir en belleza. Les propongo unir el día de los enamorados con la cultura.
Nuestro destino nos lleva al Norte. Daremos un paseo por Santander lleno de ternura. Comenzamos la ruta en la misma orilla del mar.
Lenguaje casi secreto
Cruzamos las puertas del Museo Marítimo del Cantábrico. Y una de sus obras (en la planta segunda) sólo se puede leer en clave cifrada. En una corta distancia con un poquito de curiosidad y, salta la magia. En una de sus paredes se puede ver la “Carta de un enamorado eterno” de Eduardo Sanz. Está “escrita” con banderas marítimas y relata una historia de amor que comienza con el despertar de las aventuras y destellos de la infancia. Ese momento cuando te sonríe por primera vez alguien que te gusta. La fotografía es de Miguel Arriba (cedida por cortesía del Museo). Si la miran bien, podrán observar la silueta de un faro también un poco jugando al escondite. Yo cuando la vi por primera vez me quedé embelesada “leyendo” esta carta. Y es que el amor atrapa de una manera que…
Hipérbole amorosa: una pared con alma marinera
Dicen los expertos lingüistas que la palabra amor siempre ha de serlo a lo grande, de forma exagerada porque va de suyo esta vis expansiva que tiene nada más sentirlo. Por esta razón, después de admirar el lienzo, continuamos nuestro paseo amoroso por la toda ciudad. Les llevo a otro rincón que, para mí, rebosa ternura: el Mural Sotileza, otra gran obra de arte.
Es una medianera que me recuerda a las aventuras de aquellos de 13 Rue del Percebe. Todas sus ventanas y balcones relatan una historia de sus habitantes y, todas unidas por el amor al mar: el pescado recogido ese día; las redes puestas a secar; el desafío ante las tormentas…
Esta parada tiene su peligro. Porque se encuentra junto a las estaciones de autobús y de tren. Y claro de tan bonita que es, a poco que uno sea un poco cotilla y quiera “conocer” a todos los vecinos, si va con poco tiempo es posible que pueda perder el autobús. Porque ya les aviso: la pared –como el cuadro de las banderas marítimas- embelesa.
Las 3D santanderinas
Santander se puede visitar en tres planos distintos, como si fuera un puzzle de Lego. El primer nivel transcurre a lo largo de la franja marítima, casi a ras de la playa. Por una balconada que une casi todas las playas.
La segunda dimensión ya lo es a pie de calle. El paseo de Pereda, la Avenida de la Reina Victoria, Avenida Castañeda y, si uno es de los que deja que los pies continúen, tras unos kilómetros de sentir la brisa del mar, llega hasta el Faro de Cabo Mayor que, como en la carta, está escondido después de atravesar una pinada. Cuando voy con amigos a Santander, el primer paseo para que conozcan la ciudad es esta ruta a lo largo de la costa. Si puedo, calculo bien para que el atardecer nos pille justo cuando alcanzamos la base del Faro. De ahí a quedar enamorados de la ciudad, es casi un flechazo. Amor a primera… “visita”, me comentan luego.
Y la tercera dimensión vertical de esta ciudad tan amorosa transcurre entre cuestas y paseos. El Mirador de Río de Pila es uno de los puntos elegidos para esta visión panorámica. No se preocupen que hay escaleras automáticas y funicular para “la escalada”.
El arrebato amoroso
Recuerden que en Santander las cosas no son lo que parecen. En esta ciudad, una magdalena, lejos de ser comestible, es un bellísimo palacio ubicado en lo alto de una península; Un “camello” sabe nadar y, hasta es posible ver una gigantesca “ballena” varada junto al Parque Atlántico de Las Llamas.
Porque sí, el amor nos confunde a todos. Y cuando está por toda la ciudad de qué forma tan bella lo hace.