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Smart villages ¿’pa’cuando’?

 

¿Aceptaríamos vivir en una época histórica en la que toca decrecer? Sería un escenario igual, pero con el signo menos delante: Cielo con menos aviones; calles con menos bares; menos tiendas. Toda una espada clavada en el corazón del capitalismo. En clase, en una de las prácticas, calculamos cuánta recaudación municipal se obtiene en una calle céntrica de una ciudad únicamente con las terrazas y mesas. Los que quieren nota, calculan también el monto con los vados para carga y descarga. ¡Jugoso resultado el de esta operación matemática!

El teatro de la vida

El dogma casi elevado a la categoría religiosa es, sí o sí, volver lo antes posible la “nueva normalidad”. Pero ¿y si lo cuestionamos? Pensemos en un señor, un amigo cercano nuestro, que vivió en el campo en su juventud. Allí conoció tiempos de serias dificultades (“nos hemos quedado sin cosecha”, le decía a su mujer, sin mirarla a la cara. Aprovechó las sombras que creaba la lumbre del fuego para evitar que pudiera ver su gran pesar). Pero también recuerda lo ricas que estaban las frutas recién cogidas de los árboles. La tragedia y comedia de la vida.

Sus hijos erre que erre y, con el gancho emocional de que estaría cerca de todos sus nietos (ocho), vive (aprisionado, aunque él no lo dice) en un piso (sexta planta): “¿Pero si ves el jardín desde tu ventana?”, le consuela la hija mayor. “Tienes la partida de dominó en el Centro de la Tercera Edad hoy”, le recuerda el mediano. El más joven (estudia biología en la Universidad, primer curso) se lo lleva alguna vez a sus paseos por la huerta. Entonces: irradia la felicidad (con mayor intensidad en la cara del anciano. Al joven no se le escapa este detalle). Este anciano es mi vecino. Se llama Pedro. Pero podría ser el de cualquiera de nosotros.

Lo que nos ha tocado

En esas franjas onduladas de subida y bajada en las que se transita por la historia, nos ha tocado vivir en las bondades (¿todo son bondades?) de las ciudades. La tendencia actual es hacia un mundo de metrópolis de grandes dimensiones. En el confinamiento una amiga periodista que vive en Londres, cuando se cerró el metro me decía: “Tardaría diez horas si tuviera que ir andando al trabajo desde mi casa”. (Y, otras diez de vuelta).

Pero la cuestión es, tal vez ahora la historia está reclamando un movimiento a la inversa: de la ciudad al campo otra vez. Sí, sé que suena de locos (“¡¿cómo vamos a vivir entre cabras y sin internet?!”). Muchas personas que han pasado un confinamiento estupendo (sin secuelas psicológicas) en sus casas de campo.

He participado en numerosos congresos bajo el lema: “Smart Cities”. En todos ellas, la tecnología era la solución a un mundo feliz. “El conocimiento se crea en las ciudades” escuché en varias ocasiones. También proclamado como dogma incuestionable. Tengo que reconocer que yo siempre salía de estos foros un poco escéptica ante los anunciados milagros: “Vale sí, una pantalla me avisará del autobús más próximo; de cómo esquivar un atasco; a qué hora exacta comenzará a llover… pero los alimentos son necesarios y éstos vienen del campo (sic). Ahora busco y busco (hagan también la prueba) y no hay ni un solo “experto” que hable de las ciudades inteligentes. ¿Fue entonces efímera esta (prometida) tierra urbanizada rebosante de ingenio? Así las cosas, si no en las ciudades, ¿la verdadera inteligencia está en el campo? ¿Nos tocará emigrar de nuevo en su búsqueda? 

Uvas por calabazas

Cuando despidamos este (horribilis) año, no tendrá sentido tomar las doce uvas. Sí la tuvo en otro tiempo cuando los productores supieron idear una buena campaña de ventas para dar salida a la sobreproducción de uva blanca de aquel momento. Pero yo, sinceramente, creo de debemos cambiarla por trocitos (no se enfaden conmigo por favor) de calabaza; Sí, cual suspenso, si llegado diciembre no hemos aprendido nada de este virus con nombre de realeza, ante el que toca actuar como homo sapiens que somos (ya hace mucho salimos de las cavernas).

La belleza de la flor de la calabaza

Esta planta (la pueden ver en la foto) tiene muchas bondades saludables, de ahí su uso culinario (sobre todo en la zona de México y también en Italia). Ahora en muchas ensaladas, se añaden flores comestibles. El campo enterito ya lo tenemos en la mesa.

Ojalá nos den las uvas, digo, las calabazas. Porque quizás un suspenso pueda ser todo un aliciente para “ponernos las pilas” y salir de la trampa de la normalidad. Porque si una pandemia es toda una rareza entonces ¿por qué hay que ser normal ante ella? Aún tenemos tiempo de “hacer bien los deberes”. ¡Feliz agosto pausado, casero y enmascarado!

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