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Gijón y “el árbol de la sidra”

Tomar una cerveza o un vino, qué duda cabe que es un momento placentero. Si, además, lo hacemos con amigos, entonces, puede llegar a ser (si acompaña el sitio, la charla y la tapa) uno de esos momentos inolvidables en nuestras vidas. Y si lo que pedimos es una sidra en Gijón, entonces la cosa pasa a tener ya unos niveles artísticos; No les exagero.

Allá que nos vamos, pues nos invitan a “sidrinas”. A buen seguro el diminutivo será escuchado en más de una ocasión. Ya lo avisa el dicho popular: “Gijón, con fabes y sidrina, nun fai falta gasolina”.

Toca abrir bien los ojos llegado el momento de beber. Ya, nuestra mandíbula se abrirá casi sola, por pura admiración, cuando veamos cómo escancian la sidra. ¡Todo un arte! Y, también toda una ciencia detrás, ya que tiene su propia metodología. Les cuento un poquito.

Los camareros suben una de sus manos, casi en línea recta. Cuanto más alto, más maestría. Y sin mirar el vaso que está inclinado en la otra mano, la escancian, con la botella puesta del revés. Los más artistas, colocan el vaso casi en posición horizontal. Son un poquito anchos, para facilitar este trance. A la hora de escanciarla, tomen buena nota cuando el camarero la vierte, porque la sidra debe caer directamente al cristal. “Así se oxigena”, me contaban los expertos.

Los camareros llenan el vaso sólo un poquito. No es por tacañería, no vayan a pensar mal. Pues es ahora, quien está al otro lado de la barra, o sea, nosotros, quienes debemos beberla… ¡de un solo trago! Me decían -e insistían-, que si no: “se estropea”.

¡Ah! Y no se puede beber todo el líquido. Aunque nos haya gustado mucho. Hay que dejar un poco –“el último chispín”, como dicen por allí-. Pero, se complica un poquito más la cosa: este “chispín” no se puede dejar en el vaso, hay que tirarlo al suelo. Sí, como suena: al suelo. Cualquier persona que entrara por primera vez sin saber nada de este trasiego, pensaría que el bar estaba lleno de gente maleducada. Y, a buen seguro, se saldría. Craso error.

Ya los bares están preparados y tienen en el suelo a lo largo de toda la barra unas rejillas para que puedan correr por sus huecos estos “chispines”. Pero a la hora de arrojarlos al suelo, hay otro detalle a tener en cuenta que no podemos pasar por alto: Debemos hacerlo justo por el lado del vaso por donde hemos bebido, porque así se limpia. Antes, era normal compartir un mismo vaso varios amigos. Y de esta forma el vaso quedaba en buenas condiciones para su reutilización por otra persona. Como ven, está todo bien pensado.

Hoy ya cada cual utiliza su propio vaso, pero se siguen “limpiando” de esta forma. Un requisito más: debemos estar al tanto porque cuando hemos bebido de un trago, hemos arrojado el “chispín” al suelo, con la cautela de hacerlo justo por donde hemos bebido, a la hora de dejar de nuevo nuestro vaso en la barra, se hace en fila, todos justo delante de nuestra botella. Preparados y listos para cuando llegue el segundo “trago” y así sabemos cuál es nuestro vaso según dónde lo dejamos en la fila. Es curioso ver las barras con estas hileras de vasos delante de cada botella. Ahora bien, no hay problema para reconocerlo en los dos primeros tragos. Pero en mi caso, cuando llegó el tercer trago, tenía yo algunas dudas para recordar con exactitud cuál era el mío. Menos mal que siempre hay algún amigo de la tierra con mayor resistencia al efecto de la bebida, que pone orden en estos momentos.

Hay bares que tienen en sus estanterías, además de las botellas, un buen muestrario de vasos diferentes. Sus dueños los dejan ahí y cuando van, les sirven la sidra en su propio vaso. Da prestigio tener un vaso propio. Una amiga me enseñó con mucho cariño dónde tenía su padre este pequeño “tesoro” cuando, de pequeña, iba con él de la mano.

Hace un tiempo, bajo el lema de fomentar el reciclaje, se “plantó” el frondoso “árbol de la sidra”. Sus “hojas” son más de tres mil botellas de vidrio verde. Hoy es de esos lugares donde turista que pasa, fotografía que se hace. Y más aún si es de noche, entonces ya el ansia de inmortalizar la originalidad y belleza resulta irresistible, ya que una lámpara escondida a modo de “tronco” y el verde de las botellas, provoca la magia lumínica.

Seguro que cuando vean la puesta en escena de esta bebida y si, para colmo, la toman con amigos y gente del lugar, entonces ya… ¡será algo difícil de olvidar! Y si les gusta el primer trago, acabarán con la botella entera. Doy fe.

¡Bares, qué lugares!

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