El pistoletazo del verano estalla con la competición por lograr las ansiadas banderas azules en las playas. Cada destino presume de las obtenidas, y ello porque este distintivo administrativo viene a operar como un sello de calidad. Toda una vis atractiva es pos de más turistas.
Pero quisiera contarles que la grandeza de una playa está en otra tonalidad: en las bolas pequeñas de color marrón, muy parecidas -en tamaño y textura- a los kiwis, formadas por fibras de posidonia en el vaivén de las mareas y las olas.
¡Bonito “marrón”!
Para este viaje por el litoral mediterráneo hemos de romper con un ideal de belleza que tenemos grabado ya en nuestro ADN: el de aquella playa idílica de arena fina, casi blanca, que acaricia los pies hasta llegar al agua.
Pongámonos en situación. Imaginemos una, con una acumulación tal de posidonia en la orilla que, para poder llegar al agua y nadar, no queda otra que atravesarla, es decir, hundir cada paso hasta la altura de las rodillas.
Bosques acuáticos
Esta especie protegida sí que es un sello de calidad natural (sin burocracia de por medio). En el Mediterráneo tenemos inmensos bosques y praderas subterráneos. En ocasiones, es precioso porque crecen tanto que llegan a rozar la superficie del agua y, aquí surge la magia: se puede ir caminando sobre ella, por las copas de estos árboles marinos, como si fuéramos sobre una “colchoneta acuática”. Yo tengo varias calas en mi lista de favoritas, en ellas -ya les digo- parece que uno camina sobre el agua. Todo un efecto muy llamativo cuando se ve por primera vez.
Nuestra mirada urbanita
La regulación actual que tenemos se resume en ocultar de forma transitoria “la fealdad”. Durante la época estival se retiran estas montañas de algas porque considera nuestro legislador que, a nuestros ojos urbanitas, estos montones marrones “afean” la playa. Pero en este arrastre a lugares más retirados (fuera de la franja costera), las máquinas sin querer se llevan también en su brazo mecánico un tesoro diminuto: la arena.
Creemos ser eficaces y tener también la solución legal ante ello: traer arena de otro lugar. Pero este entuerto de nada sirve. Esta “arena bastarda” no llegará a asentarse y, en el primer vendaval, cual caja abierta de Pandora, desaparecerá con el viento.
Una nueva palabra
La relación del hombre con la naturaleza es de las más apasionantes. En estas ansias humanas de dominio y control, el escritor mexicano Yuri Herrera ha inventado una nueva palabra: “terraformar”. La define como esta invasión del planeta por el hombre para domesticarlo, hacerlo a su medida y poder habitarlo a su antojo. Y, entre los muchos ejemplos, menciona el de grandes ciudades (entre ellas Ciudad de México) construidas sobre pantanos.
Banderitas para el periodo veraniego
Mientras tanto, este verano, seguiremos flotando con nuestras colchonetas… ¡de plástico! Y disfrutando de las playas con una arena finísima. Pero… ¿hasta cuándo?
Y es que el ideal de belleza, una vez que se asienta y lo tenemos grabado en nosotros, ¡qué complicado resulta poder cambiarlo!
Les dejo, que me voy a nadar un rato en una de estas playas “feas”. ¿Se vienen?
PD. Este post ha sido finalista en el I Premio Internacional de Turismo Sostenible, reconocimiento otorgado por la ciudad de Xàbia en colaboración con la Casa Mediterráneo.