Y, casi, sin fecha de caducidad. Los romanos lo tomaban en varias modalidades: zumo de uva; fermentado, endulzado con miel…
Tan importante era que contaba con su propia divinidad. Hasta tenían sus fiestas para honrarlo: las famosas bacanales; En ellas, corría a raudales y de ahí ha perdurado el significado actual de esta palabra.
Hacemos una parada en la Edad Media.
Siglos más tarde esta bebida sigue desplegando todo su poderío. La Iglesia toma las riendas y multiplica la plantación de vides. Los monasterios, en todas las tierras que estaban bajo su control, regulaban que esta actividad agrícola fuera la predominante.
Si queremos sentir y ver cómo sería vivir en aquella época, la parada lo es en la zona de la Ribera Sacra.
En ella, el cultivo del vino es un reto digno de admiración. Es cosa de héroes. Allí se habla de una viticultura heroica: Antiquísimos viñedos colgados en laderas y barrancos de los márgenes del cauce del Sil con una pendiente de hasta 85 grados de inclinación.
Estas montañas se han transformado en diminutas terrazas, a modos de escalones. Para poder subir la recolecta, en algunos tramos, han ideado unos raíles ante la dificultad de poder transitar y trabajar en estos precipicios.
Paseos y recorridos con el vino
Este viaje tras el vino se puede recorrer en un barco turístico en el que el guía va contando todos los desafíos de la plantación y posterior recolecta. Otra posibilidad es adentrarse en las rutas de senderismo que atraviesan los bosques y se pueden ver aún los monasterios que aparecen casi escondidos entre castaños gigantescos: Santo Estevo, San Pedro de Roca o Santa Cristina son de visita obligada.
Una tercera alternativa, ésta más recomendable para los más comodones y los amantes de las alturas, es hacer la ruta de los miradores que se ubican en lugares estratégicos en lo alto del cañón del Sil.
Uno de ellos tiene una historia llena de nostalgia. Es conocido como “El balcón de Madrid”. Desde él despedían a los emigrantes que tomaban sus barcas remando río abajo para llegar hasta la desembocadura, primero en el Miño y, más tarde, ya con un barco de grandes dimensiones, cruzar el Océano en busca de nuevas tierras donde trabajar. ¡Cuantísimos últimos besos, abrazos, lágrimas habrá visto este mirador!
En ciertas franjas horarias del día las nubes quedan atrapadas dentro del cañón y en estos miradores uno parece estar sobrevolándolas. A mí me pilló uno de estos días.
De las nubes, a la mesa y, de ahí, a la felicidad
Una copa de vino entre amigos; una sangría para acompañar la paella; una botella guardada para una ocasión especial… Y, de ahí a la felicidad, el trayecto es muy, pero que muy corto. Ya lo apuntó Alexander Fleming. Después de su invento, matizó: “Si bien la penicilina cura a los hombres, el vino les hace felices.”
Así las cosas, feliz verano tengan.
¡Ah!, recuerden también la moderación que nos aconsejó el sabio Cervantes: “Sé templado en el beber, considerando que el vino demasiado ni guarda secreto, ni cumple palabra”. Que no quisiera yo que por aquello de querer ser felices al “estilo Dr. Fleming” emulasen Vds. también aquellos viejos tiempos romanos de festín y jolgorio.
Resulta muy fácil volver al grito de: ¡viva Baco!
Qué poco hemos cambiado en estos más de 2.000 años. ¿Será acaso por esta razón que también perdura aquella palabra tan festiva?