Una de las paradojas gastronómicas que aún no ha podido ser resuelta es la siguiente: Cómo, si a diario nuestro desayuno es siempre el mismo, cuando vamos a un hotel, el sencillo y monótono combinado matutino de bebida caliente y tostada, lo olvidamos por completo y nos transformamos en la versión actualizada de Carpanta.
Una de las dos “B”.
Y eso que, en todos los foros de hoteles, uno de los puntos clave que más preocupan (junto con la comodidad de la cama, la primera “B”) es el desayuno.
Y más ahora que estas averiguaciones comienzan a demostrar cierta desazón porque destacan cómo la elección ya lo es “por descarte”, a saber: vemos ante nosotros un gigantesco buffet de varios metros lineales con una presentación estupenda y eliminamos la bollería industrial; los zumos embotellados; el bacón recalentado, la fruta ya cortada… Entonces: ¿Qué nos queda?
Encuestas curiosas.
En septiembre suelen ser frecuentes las reuniones de amigos para contar las peripecias del verano; los viajes, etc. En ellas, yo soy la rara avis que pregunta también por los desayunos de los hoteles. Les confesaré, ya puestos, que soy de las que cuando veo champán en el buffet estoy pendiente a ver quién lo toma para desayunar. ¿Vds. también?
Una hamburguesa ¡para desayunar!
En una de estas reuniones, una directora de un hotel de cuatro estrellas comentó que cuida tanto la atención a sus clientes que, cuando se alojan grupos de americanos, pone una bandeja bien grande de hamburguesas y… ¡se agotan! Las repone varias veces.
Un sencillo y pequeño alojamiento que ofertaba el pack del desayuno en el hostal. Cuando los clientes buscaban la cafetería, desde recepción le señalaban las dos máquinas vending junto a la puerta, una de café y otra de sándwich. Ahí estaba “la cafetería” del hostal. ¡Ejem!
Del hostal al lujo total.
Para superar estos recovecos de las leyes y de los límites de la publicidad, quería contarles un truco muy legal para, no ya desayunar (que con un café con su tostada podemos sobrevivir) sino para comer gratis en un hotel de nada menos que: ¡cinco estrellas! Generosa que es una con sus lectores.
Eso sí, como todo en la vida, esta invitación que les ofrezco sin coste económico, sí requiere un mínimo esfuerzo. Bueno, para afinar mejor, dos pequeños sacrificios nada más.
El primero de ellos es recorrer al menos cien kilómetros del Camino de Santiago. Para acreditar este requisito, deberán contar con el pasaporte y con los sellos estampados en él durante las caminatas. Es muy fácil porque casi todos los restaurantes, iglesias, albergues, etc. lo tiene listo para que incluso uno mismo pueda ponerlo.
Como ven, el primer requisito de andar 100 kilómetros es bien sencillo. Vamos abriendo ya el apetito con el segundo. Vd. ha de ser una de las diez primeras personas que obtengan la Compostelana. Claro que, para lograr esta pole position hay que madrugar este último día en Santiago de Compostela.
Y claro, uno cuando llega a Santiago, comienza a celebrar su logro y, en este callejear, descubre la famosa ruta de bares “París-Dakar”, ¡a ver quién madruga el día siguiente!
Yo sí madrugué, pero cuando llegué a recoger mi Compostelana había unas cincuenta personas aproximadamente ya en la cola; No entré en el grupo de los diez afortunados.
Espíritu tradicional y, muy actual también.
Cada día el restaurante del Parador de Santiago abre sus puertas a estos diez comensales súper madrugadores y les invita a comer gratis.
Lo bonito de esta iniciativa de marketing del Hostal Dos Reis Católicos de Santiago es que, con ella, el espíritu de acogida y de dar de comer al peregrino se mantiene vivo.
Esta “mesa gratis para diez” es, pues, acorde con toda la historia del Camino. Se podría ampliar también con un “desayuno para veinte” porque otras de las grandes preocupaciones actuales de los foros de expertos es cómo minimizar las sobras de los productos del buffet. Yo ahí lo dejo porque nunca se sabe.
Confío en que Vds. sí logren ser uno de los comensales afortunados, ya han visto lo sencillo que es.