En todo viaje, el problema del idioma antes o después nos puede causar en determinadas situaciones algún que otro desaguisado, pero también muchas situaciones divertidas. ¡Qué buena idea cuando en un país extranjero la carta de menú en un restaurante viene acompañada con fotos!
Para ponerles en situación imagínense que están en una estación de tren en Tokio y que deben descifrar qué tren es el suyo y a qué hora pasa. Les dejo la foto para que se vayan familiarizando un poco con el problema que se nos avecina. Les cuento algunas situaciones cómicas.
Tenía invitada en mi casa a una amiga colombiana y me preguntó dónde estaba “la bulliciosa”. Yo no sabía lo que buscaba y, finalmente era… ¡la radio! Un ratito más tarde me dijo si tenía “un saquito” para dejarle. De nuevo quedé extrañada y, la pobre tenía frío y necesitaba un jersey. ¡Y yo que le había dicho que no tenía “sacos” en mi casa! Pensaba únicamente en sacos de patatas.
Otro día estaba muy contenta mi amiga colombiana porque había encontrado en una tienda unos pantalones vaqueros “levanta-cola” muy baratos… ¡para ella! Y claro tuve que preguntar con cara de tonta una vez más y es que “el trasero” español se transforma en “cola” en Colombia. De ahí el efecto estupendo de los famosos “jeans” que se había comprado.
Nosotros ya estamos acostumbrados a irnos de matanza y decirlo con total inocencia. Pero, pónganse en la situación hipotética de que fuéramos extranjeros recién llegados a España y sin conocer apenas a nadie, un compañero de trabajo, con quien sólo hubiéramos tratado unos tres días, nos dijera como si nada: “Te invito a ‘una matanza’ en mi casa”. Nosotros recién llegados (que lo que estaríamos sería ansiosos por probar una paella), creo yo que, de aceptar la invitación (¡valentía que no falte!) sí que iríamos con alguna sospecha de que algún delito de sangre pudiera ser cometido. Pues allá por Colombia nos invitarán a “una marranada” (por aquello del nombre del animal: cerdo, también “marrano”). Y estaría mal que la tildáramos de malsonante, si la comparamos con nuestra propia denominación casi trágica.
Nos trasladamos ahora hasta México y de nuevo imaginamos que viajamos con una compañera de trabajo recién incorporada con quien debemos hacer un largo viaje juntas por razones laborales. Y ya camino del aeropuerto nos dice con suma tranquilidad: “Yo puse la pistola en la maleta”. Casi seguro que, de ir conduciendo, daríamos un frenazo en seco y pensaríamos que con quién íbamos a viajar. Pero que no cunda el pánico. Nuestra nueva compañera, bien previsora, se llevó el secador de pelo manual.
Una vez en destino, esta compañera mexicana que tanto susto nos provocó, al llegar nos dice que “necesita una regadera”. Y otra vez nos saltaría la alarma ante lo que tan sólo es la necesidad de tomar una buena ducha reconfortante.
Hay una expresión preciosa en Japón. Se usa más en el lenguaje escrito que en el hablado. Y que no se puede traducir al español con una sola palabra. Es “komorebi”. Podemos traducirla como el reflejo que deja la luz solar al atravesar las hojas de un árbol. ¿Pueden ver el “komorebi” en las fotos? A través del verdor, sí se deja intuir. ¿Se imaginan verlo de cerca hasta casi poder tocarlo? ¡He ahí uno de los grandes placeres de escalar un árbol! Yo me muero de envidia cuando veo al escalador de la foto.
Y, para “no hacerles el cuento largo” -como se dice también por México-, es conocido que nosotros sí “cogemos” el bus pero que en Argentina “no se pueden coger” so pena de… provocar el sonrojo de los tímidos porque el verbo se las trae, ¡ejem!… para otros menesteres. Ya me entienden. ¿O no? Es que, como ven, esto de las palabras y los viajes, a veces, resulta complicado.