>

Blogs

Inma

Zona de embarque

Cuando el guía es un beso

A punto de que San Valentín haga de las suyas. El santito amoroso se apunta hoy al viaje. Y es que no podía ser menos: el recorrido es toda una excusa absolutoria para él, pues tenemos un guía sui generis. Sí, sí, nos vamos de viaje… ¡tras las huellas de un beso! ¿Se dejan guiar por él? Aviso a navegantes, perdón a viajeros: no se trata de un beso cualquiera.

Recorreremos tres lugares. El primero tiene mucho que ver con el flechazo (cosas de San Valentín, que se nos ha colado hoy); El segundo, ya sí el beso, perdón “el guía” de esta ruta, de tan poderoso que es, ha cambiado la fisonomía de un barrio entero. Y,  el tercer ósculo, tiene también su aquel: está escondido como si fuera un tesoro.

Las dos primeras paradas nos llevan a Londres. Esta ciudad también tiene su lado romántico. Qué tiemblen París y Roma que ya Londres está casi a su altura.

A modo de pistoletazo de salida, comenzamos con una parada junto a Eros, que es toda una referencia como lugar de encuentro. Si quedamos con amigos, es muy fácil que el lugar elegido para ello sea Picadilly Circus. Si llegamos pronto y nos toca esperarlos, podemos subir la mirada a lo alto de la estatua. Ahí está, con su flecha a punto de disparo (¡sálvese quien pueda del flechazo y la atracción que tiene esta plaza!). Aunque hay quien dice que el de la estatua es su hermano Anteros (mucho más reflexivo).  En este lugar podemos esperar tranquilamente en los escalones. El trasiego de gente en esta plaza es de esos que entretienen y hacen muy  llevadera la espera (caso de que nuestros amigos se retrasen más allá del margen de cortesía).

También en Londres, “tras el flechazo”, podemos dar un bonito paseo, ahora ya sí con besos como leitmotiv y visitar la Tate Modern. En el recorrido hasta ella, si elegimos la opción de ir caminando, podemos cruzar el Támesis por el Puente del Milenio. La sede de la galería está en lo que fue una  antigua central eléctrica (la forma del edificio recuerda el perfil de una fábrica, incluso conserva aún la estructura de la chimenea y todo). En sus salas, en un lugar con mucha visibilidad, se encuentra “El Beso” de Rodin (uno de los tres que esculpió). La fuerza del arte es tal que este barrio ha dejado de ser ya una zona industrial y decaída. Ahora tiene mucha vida comercial. Si después de admirar el beso, necesitan un refrigerio para recomponerse, desde la cafetería de la Tate las vistas son fantásticas.

Terminamos nuestro “recorrido besucón”  en Viena, también con otro beso. Éste, de tan escondido que está, llegar a él es casi como descubrir un tesoro. Así lo sentí yo. Les cuento.

Una de las estrategias de marketing muy utilizada en los grandes supermercados es colocar los productos más voluminosos al final del recorrido, ya que de no ser así, si llenamos el carro de la compra nada más entrar, al verlo casi a rebosar tendríamos ipso facto la sensación de que ya hemos comprado demasiado.

Muy parecida ha sido la estrategia para colocar “El Beso” de Gustav Klimt en la Galería Belvedere (Viena). Ya el edificio en sí y los alrededores son bien bonitos. Tanto que cuando el exterior da este do de pecho, surge siempre la tesitura de si el interior del museo va a estar a la altura. Pues bien, en este caso… ¡la supera! Recorremos pasillos previos (como en el supermercado) que nos van guiando hasta encontrar… ¡el beso!  De verdad que no les exagero al decirles que hallarán un tesoro.

La entrada en la sala en cuestión (a la que se llega tras este “recorrido previo dirigido” que no tiene pérdida, no se preocupen) se oscurece cual cámara secreta acorazada y, pasado el tiempo (breve) en el que nuestros ojos se han acostumbrado ya a la oscuridad, entonces el brillo del dorado despliega todo su esplendor (nos hace parpadear y todo) y… ¡allí está la magia! Prepárense porque la belleza, la ternura, la paralización…  es sólo un botón de muestra de todo lo que, a buen seguro, este “tesoro” les va a provocar.

Cómo será que iba yo en la visita con una señora de Miami y su hija adolescente. La madre me contaba –muy preocupada- que su hija había estado enfadada todo el viaje, sin razón aparente. Y, justo después de salir de la sala, la hija cambió de humor. Yo creo que algo tuvo que ver la fuerza amorosa mágica que desprende este cuadro. Después, en esta armonía familiar recién recuperada, vimos juntas más cuadros de Klimt (éstos ya en el Pabellón de la Secesión) y, al salir me invitaron en el animadísimo Naschmarkt a las famosas ostras con champán. Y todas, tan contentas.

Así las cosas creo yo que no quedaría de todo exagerado si hoy me despido de Vds. con un beso.

 

 

Temas

Curiosidades y crónicas viajeras

Sobre el autor


febrero 2015
MTWTFSS
      1
2345678
9101112131415
16171819202122
232425262728