¡Viajeros osados y sin paraguas!
Si están por Berlín o Roma y se pone a llover, tomen nota y no dejen de ir a estos rincones. Ah, y por favor, no se compren ningún paraguas que en ellos la lluvia sí que es una maravilla. Yo no tuve suerte, cuando los vi, resplandecía el sol.
Donde la lluvia parece un llanto
El primero nos lleva a Berlín. Esta ciudad tiene aún abierta la herida de la guerra. Cualquier paseo que demos por sus barrios, en casi todos se deja sentir, en unos casos, el sufrimiento de dos zonas divididas; en otros, la huella de un bombardeo y en otros, la fuerza humana de querer salir adelante y pasar página (reflejada en diseño y arquitectura rompedores).
El de nuestro viaje es un rincón que honra la memoria al soldado desconocido. En muchos lugares es frecuente ver una llamarada encendida o un muro con los nombres de todos los que fueron, lucharon y no regresaron. Aquí el rol protagonista lo es desde el sufrimiento de la madre que tiene en brazos a su hijo, perdido en una batalla. Mucho de “La Piedad” se intuye en ella. La ubicación lo es en un lugar vacío (el mismo que queda sin un ser querido a nuestro lado), en el que casi retumba el silencio de cuatro paredes y, justo en el espacio central que es donde se encuentra la estatua, el techo está hueco para permitir que la lluvia la cubra, simulando con ella las lágrimas de la madre sobre el regazo de su hijo. Cautiva el respeto con el que se ve el lugar, pues casi todos bajamos la voz al acercarnos. Se une, además, un juego de claroscuro entre la luz que penetra por el techo y el negro del suelo que aún impacta más si cabe. Este rincón está a tiro de piedra de la Catedral y de la Isla de los Museos.
Cúpula que esconde un secreto matemático
Un segundo lugar que cuando llueve, se convierte en otro diferente es el Panteón en Roma. Se ha puesto de moda últimamente verlo a la hora del atardecer. Pero yo insisto, si están en Roma y llueve, vayan a este edificio circular. Con agua será… ¡la cuadratura del círculo!
Hay una regla matemática escondida (que yo creo que hasta el mismísimo Pitágoras habría sucumbido ante ella): La distancia entre el suelo y la cima de la cúpula es igual al diámetro que tiene la bóveda. Supieron jugar con la entrada de luz por el hueco para convertirla en un reloj y en un calendario. Y es que estos arquitectos romanos rozaban la perfección, ¿verdad?
Nada más entrar, a casi todos se nos va la vista hacia lo alto, de pura admiración. Si bajamos la mirada, el desnivel del suelo nos lleva hasta justo el punto central donde hay un desagüe (casi escondido en el mármol). Me cuentan amigos que tuvieron suerte y ese día llovía a cántaros y pudieron apreciar cómo cambia la sonoridad con el agua en el interior. Eso sí, la normativa de prevención de riesgos obliga a acordonar la zona, por aquello de evitar caídas en suelo mojado que terminarían en una demanda por daños. Así que uno puede sentir la lluvia en el lugar, pero no directamente sobre sí mismo. No se apuren pues, que no hay riesgo de que terminen empapados. Bueno, empapados de belleza sí, pero no de agua.
Momento estelar, digo solar.
Bueno y ya, si después del chaparrón, sale el sol y quieren rizar el rizo y, para más inri aún, están por Roma entre los días 20 y 22 de junio a las 12.00 horas, justo en ese momento, ya es el acabose: el chorro de luz del solsticio de verano cae perpendicular, con tanta fuerza que casi parece querer partir el edificio en dos mitades que quedan atravesadas por este haz luminoso en línea recta desde lo alto.
Así pues, llueva o luzca el sol, este lugar se puede disfrutar por igual. Porque, lo de la arquitectura romana es para quitarse el sombrero. Y es que… Delirant isti Romani. ¡Pura locura!