Kioto es una ciudad de esas que, en casa esquina, se puede ver un encanto. Y de verdad, que no les exagero.
En este largo listado de sorpresas y rincones, hay uno especial. De esos que no se olvidan en muchos, muchos años. Tiene lugar antes del atardecer en uno de sus barrios: Gion.
A esta hora, cuando ya el calor se amansó un poquito, salen de paseo las geishas y las maikos. Estas últimas, nos dicen los guías que son aprendices, pero, a nuestro corto entender sobre el tema, jamás
podremos saber qué es lo que les falta aún por aprender porque nos parecen también perfectas.
Van vestidas con sus kimonos de forma preciosa y muy colorida. Con el andar peculiar de llevar unos zuecos de madera muy altos, con calcetines a la vez, dando pasitos cortos. Una no quiere perderse detalle y no sabe si mirar el moño, los zuecos, el nudo del traje, el maquillaje o… ¡el escote! Y claro, como no se detienen, pasa lo que pasa, que al final, este paseo de las geishas sabe a poco, casi parece que ha sido un sueño.
Y vamos a los escotes japoneses: ese gran misterio trasero.
Todo en la vestimenta de las geishas tiene significado. Nos detenemos en un detalle: El escote. Aquí los españoles pensaríamos ipso facto en el “canalillo” y en la generosidad de su tamaño y volumen. Pero en Japón este lugar es diferente. El punto de mayor atracción sexual, se concentra en la parte trasera. Pero no en aquella que comienza al perder la espalda la honestidad que su nombre, como describía Cervantes. Debemos mirar un poquito más arriba. Es en la nuca donde radica el foco con mayor atracción visual. La parte considerada más sexy, ¡vaya! Se la maquillan con polvos de arroz, lo que le otorga un color blanquecino y aterciopelado que se dibuja con una o dos pirámides invertidas, en un lenguaje que hay que saber descifrar, cual si fueran abanicos españoles en movimiento. Como ven, ¡la cosa se complica!
Más difícil es aún descifrar los kimonos. Hay unos para casadas y otros para solteras. Estos últimos más coloridos si cabe. Así que en uno de mis paseos por la ciudad me dirigí a una tienda de kimonos para averiguar más cosas sobre este traje tan bonito. Entré en una tienda de telas preciosas, perfectamente dobladas. Luego en una zapatería exclusiva de zuecos. Y allí, una conversación a base de señalar productos y de muchas sonrisas, terminó cómo tenía que terminar: Una pareja de ancianos arrodillados en el suelo, con maestría y en silencio los dos, me hicieron unos zuecos preciosos en unos diez minutos que yo había “encargado” sin saberlo. ¡Con qué habilidad lo hacían! Los guardo como si de una obra de arte se tratara.