Vienen desde Puerto Rico. Van a recorrer España casi entera. Empezarán por San Sebastián; Luego parada en Segovia, Toledo… Su último destino es Murcia. Y lo que más ilusión les hace de todo este recorrido es darse un baño en el Mar Menor.
Estábamos merendando en una chocolatería del viejo San Juan. Mis amigas puertorriqueñas me decían que era casi un pecado mortal regresar a España sin haber ido a la parte caribeña de la isla. No paraban de enseñarme fotografías. En una, las tres dentro del agua transparente, flotando en unos sillones-colchoneta, con sus piñas coladas y sus sombreros panamás.
Una de ellas dirige un pequeño hotel de esos con encanto a pie de arena finísima caribeña y justo enfrente tiene islas desiertas para elegir. Me insistía en que me podía alojar sin coste alguno y hasta me dejaba la canoa para ir al cayo que yo quisiera. “Todos están desiertos”, añadía. Con la ilusión que a mí me hace aquello tan aventurero de ir a una isla desierta…
En fin que viendo las fotos, andaba yo con la pena metida en el cuerpo porque el avión regresaba al día siguiente y me iba a perder todas aquellas maravillas.
Otra amiga se incorporó más tarde a la merienda y preguntó dónde estaba Murcia. Fue oír mi ciudad, vaya que sin querer (bueno queriendo un poco también) me crecí. Todo empezó casi sin darme cuenta, como si fuera un desafío: “Sí, sí vosotras tenéis el Caribe, pero yo tengo el Mar Menor”.
Déjenme que me explique. Que la pena que yo sentía porque no iba a conocer el Caribe puertorriqueño, se transformó ipso facto en orgullo patrio. Vaya que me inflé y empecé a contarles las maravillas del Mar Menor. Que si la bondad de los lodos; los baños casi de sal; los paseos de varias millas adentro sin que te cubra; las historias de los balnearios…
Según iba contándoles, todas: boquiabiertas. Tanto que rápidamente cogieron sus móviles (yo estaba sin datos) para buscar fotos de este mar del que jamás habían oído hablar. Y el fondo documental gráfico de Google fue mi aliado: mostró vistas aéreas, playas de arena fina… Ahora todas: ojipláticas.
Todas (sí, sin proponérmelo logré unanimidad) vienen a Murcia. Tienen mucho interés por este “mar chiquitito” o “lago salado”. Así lo llaman. Se ve que del impacto al ver las fotográficas olvidaron el nombre. Y según me cuentan, ya tienen el bikini en la maleta.
Aún no les he dicho que el Mar Menor está últimamente “enfermo”. Dragados por una zona; vertidos por otra… En fin el sumario judicial está formado las piezas de este puzle de destrozos y nos aclarará qué hicimos mal. El caso es que cambiamos la arena por licencias de obra y cédulas de habitabilidad; matamos a los caballitos y enturbiamos el agua. Este paraíso está latiendo y pide ayuda a gritos.
La última vez (no hace tanto) llevé a un grupo de japoneses al Mar Menor y se hicieron fotos con sus pies dentro del agua rodeados de miles de peces haciéndoles cosquillas en los dedos. A ver cómo salgo yo de ésta. Tal vez un buen caldero sea esta vez el único consuelo para mitigar la desilusión. Y yo habré incumplido “el baño en el verdadero paraíso” como les prometí bajo los efectos (sé que no es excusa) de un chocolate con coco.