No sé si también les pasa a Vds. pero en cuanto llegan los calores veraniegos, a mí me encanta escuchar este principio de piropo español que utilizamos a modo de despedida y, a la vez, consejo de sabia madre. Y lo mejor aún, la fuerza que tiene este imperativo para unirnos. Con él se rompe la disyuntiva “sol y sombra”.
En cuando la temperatura roza los treinta y pico y durante un par de meses no importa si somos de derechas o de izquierdas; altos o bajos, del Real Madrid o del Barça… todos vamos juntos por la sombra.
Ante la tesitura de tener que recorrer una avenida en pleno mes de agosto a la hora casi sagrada de la siesta, no lo dudamos: elegimos la acera de la sombra ¡por unanimidad! Por aquello de cobijarnos un poco en el microclima que se crea.
Tengo que confesarles que durante un mes de agosto, me separé de esta regla de fraternidad española unánime. Pero en defensa de mi cordura –y españolidad-, debo alegar que fue casi un supuesto de fuerza mayor. Sí, me sentía rara yendo yo a mediodía por la calle más larga de mi ciudad en pleno mes de agosto… ¡por la acera del sol!
Pero, como les decía, tengo excusa absolutoria. Les cuento. Tenía a un grupo de turistas invitados y habían llegado la noche anterior ya de madrugada de Londres. Era su primera visita a Murcia y… ¡querían sentir el sol en todos sus poros! Venían con la humedad casi a modo de bronceado invernal perenne en todos: mayores y niños.
Yo, en cuanto vi el primer semáforo les dije de cruzar al lado de la sombra. Pero ellos no querían. Para ver si lograba convencerles, insistí que era “para integrarnos” con los habitantes locales. “Like a local” que está muy de moda, les decía. No les convencí con esta artimaña lingüística. La imagen callejera era: el desierto en la acera del sol (salvo nosotros); la multitud propia de rebajas en hora punta, en la de la sombra.
No me quedó otra que ser yo la que cediera, no fuera a ser que les diera un síncope por la diferencia de temperatura entre Londres y Murcia. Y a una le gusta cuidar a sus invitados siempre. Menos mal que llevaba abanico y gafas de sol. Y menos mal también que no me vio nadie conocido caminar en esa acera solitaria, porque claro: ¿qué español en su sano juicio iría a esa hora por el sol?
Cuánta razón tenía Mecano con aquello tan pegadizo de: “Los españoles hacemos por una vez algo a la vez”. Y es que para la fiesta también nos unimos a la primera de cambio. Aquí, mis invitados sí se integraron rápidamente. No tuve que insistirles esta vez.
La llegada de septiembre, trajo las fiestas; Entre ellas, las corridas de toros. Y ya, de nuevo nos separamos en la dicotomía “sol y sombra” y, elegimos las entradas en uno y otro semicírculo del ruedo según sea nuestra afición y tamaño del bolsillo.
Cuando les contaba a los londinenses que las entradas de sombra eran más caras, boquiabiertos no daban crédito. Intuirán también que, por aquello de seguir en el mismo microclima que mis invitados (habían sobrevivido sin síncope), compramos las del sol. Y ya lo creo que se integraron gritando “olé” tan felices con sus “palomas” en las manos. ¿Sería cosa del anís? O tal vez, ¿los estragos del sol?
Bendita sombra, cuánto te eché de menos.