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Zona de embarque

Entrando en pista

El mundo de los aeropuertos tiene vida propia. Les cuento tres casos peculiares, que tienen su aquel.

La ciudad de México DF es tan sumamente grande que es impresionante cómo el avión desciende y, durante más de media hora, el avión va sobrevolando la propia ciudad. A mi lado iba un mexicano que me decía: “Ahorita aterrizamos”. Yo, pasados unos quince minutos lo volví a mirar pues seguíamos igual, sobrevolando la ciudad, y él con mucha calma me dijo de nuevo: ”Ahorita aterrizamos”. El crecimiento desmedido de esta capital ha ocasionado que el aeropuerto quede ubicado… ¡dentro de la misma ciudad!

Eso sí, una vez que ya hemos aterrizado y aquel “ahorita” –que se antojó bien largo- se hizo realidad, antes de salir del aeropuerto, en el control del equipajes es la suerte la que decide por nosotros. Hay un semáforo pequeño. Y si la luz se pone verde, podemos pasar sin tener que abrir la maleta. Pero, si es el rojo el color que se enciende, entonces, toca “desnudarse” un poquito y mostrar lo ordenados que fuimos al hacer la maleta o, por el contrario, la prisa con la que metimos las cosas dentro. Son unos minutitos de pequeña tensión, desde que uno toca el botón hasta que ve qué color se enciende. Yo aquí tuve suerte: ¡salió el verde!

Hablando de semáforos. Hay otro aeropuerto que también guarda relación con ellos. Pero en este caso, sí querremos que nos toque la luz roja. En Gibraltar, la pista de aterrizaje y despegue coincide, en perpendicular, con la carretera de acceso. Si vamos con nuestro coche y el semáforo nos pilla en rojo, vemos pasar por el “paso de cebra”, en lugar de peatones que sería lo normal, un avión camino del despegue. Algunos pasajeros, por la cercanía entre los coches y los aviones, hasta se saludan entre sí y todo. Yo también tuve suerte: ¡el semáforo se puso en rojo! Y ya puestos… ¡fui de las que saludó y todo!

En Pekín podríamos decir aquello de: “el tamaño importa” (hablando de aeropuertos grandes, no me malinterpreten, por favor). En la mayoría de aeropuertos es normal que, tras dejar el mostrador de facturación, uno busque la puerta de embarque y, en unos minutos ya está en ella. Allí, sin embargo, la cosa se complica un poquito. Después de facturar, uno debe necesariamente tomar un tren. Viene a ser como un “tren de cercanías” con una duración de unos veinte minutos de trayecto y ya uno, cuando se baja el tren, entonces ya sí está en la zona de embarque. A mí me dio tiempo a hacer un nuevo amigo en este trayecto dentro del tren.

Al principio, si uno no sabe nada, y llega de buenas a primeras, la situación despista un poco. Imagínense después de un vuelo largo y, a buen seguro con el horario de sueño alterado. Nada más salir del avión y transitar por el aeropuerto, somos todos reacios a subir a un tren. Lo lógico es pensar que nos saldremos del aeropuerto si subimos a ese tren; Pues… ¿a saber dónde nos va a llevar? A mí me sucedió: zona de llegada al aeropuerto y vi una estación de trenes. Y lo que no sabía es que precisamente tenía que subirme al tren para encontrar la salida.

Menos mal que preguntando se llega a Roma. Y al final el destino sale a nuestro encuentro y, casi siempre, nos maravilla.

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