Es muy probable que el último gesto que queda verdaderamente humano, aquel que solo se explica porque somos de carne y hueso, sea mirar al cielo. Y, como siempre sucede con lo más elemental, apenas lo ejercitamos. Hemos programado el cuerpo para limitar sus movimientos a aquellos que son útiles, productivos. Y, cuanto desborda ese escaso perímetro, lo consideramos innecesario, lo etiquetamos como una rareza o excentricidad, le ponemos etiquetas peyorativas. Hoy en día, quien levanta la mirada a un cielo estrellado, con la sencilla intención de observar, es en el mejor de los casos un romántico inadaptado, y en el peor un friki ridículo.
Pero hay unas pocas personas que se salen del esquema establecido, que no solamente no se amedrentan ante el racionalismo totalitario imperante, sino que se convierten en líderes de una resistencia cotidiana y de baja intensidad, alejada de estridencias pero de largo recorrido y cada vez más multitudinaria. Una de ellas es Joaquín Abenza, director del programa El Último Peldaño de Onda Regional, y artífice de la experiencia radiofónica más ambiciosa y especial de cuantas acontecen anualmente en la Región de Murcia: la Gran Noche de los Ovnis, que el pasado viernes 31 de julio vivió su 25 edición.
Esta “alerta ovni” consigue cada año algo que difícilmente se repite en otras situaciones: que individuos de sensibilidades y estructuras de pensamiento muy dispares, incluso antagónicas, se reúnan en torno a una experiencia tan básica pero excepcional como es mirar al cielo. Creyentes, escépticos, científicos, ufólogos, meros “cazadores de experiencias”, demuestran que un cielo estrellado es el lugar de mayor consenso posible. Y para refrendarlo acuden el último viernes de cada a julio a una convocatoria que se hace desde la honestidad y que solo molesta a los mismos tontos de siempre, los cuales hacen del conocimiento un coto privado, clasista, rancio, paupérrimo..,
Joaquín Abenza es un comunicador como la copa de un pino, capaz de crear complicidades por número de miles en torno a temas que requieren de un “escepticismo desmontable” -es decir, no creer mientras no haya pruebas, aunque tampoco resistirse a creer cuando los indicios lo permitan. La Gran Noche de los Ovnis es uno de los pocos intersticios para el re-encantamiento de la vida que cientos de personas -entre las cuales me incluyo- encontramos entre la densa red de la miseria diaria. Si los opinadores de cámara consideran estas experiencias como una inutilidad intolerable en los actuales tiempos, entonces no hay otra conclusión posible: las cosas inútiles son las verdaderamente importantes.