Hace apenas dos semanas leí en La Verdad que el Ayuntamiento de Murcia había concedido un importante premio, dotado con 12.000€, a una empresa innovadora murciana, Lemon Maker, que se dedica a la venta de impresoras 3D de bajo coste así como de la “tinta” que utilizan, en este caso, filamentos plásticos.
Recordé entonces un informe del BBVA sobre tendencias de futuro, que se ocupaba someramente de este tema: “El avance de las impresoras en tres dimensiones nos permitirá imprimir de todo, incluso comida. Hasta hace poco, solo se utilizaban en grandes industrias debido a su coste y complejidad pero han evolucionado en precisión, simplicidad y precio y están comenzando a extenderse entre todo el sector productivo. En la década de 2020, las tendremos en casa, convirtiendo cada hogar en un potencial centro de fabricación. Supondrán una revolución en la logística y distribución de la fabricación de productos,…”
Reconozco que en una primera lectura no me llamó especialmente la atención la impresión tridimensional o impresión sólida, ya que la asociaba a los clásicos procesos de CAD/CAM, pero la citada noticia sobre Lemon Maker suscitó mi interés por conocer más sobre este asunto sobre el que me apresuro a decir que me ha resultado fascinante y me ha impactado hasta el punto de no comprender cómo no se le da la relevancia pública que tiene y cómo los gobiernos, con excepción de EEUU, no parecen darle la importancia que merece.
En mi opinión, la expresión revolución en la logística, deslizado casi de puntillas en el informe “Visión 2020+” del BBVA se queda corto. Actuando como simple amplificador de voces muy autorizadas me atrevo a decir que estamos en los albores de una revolución social de un alcance inimaginable. Así como suena. Y que cuanto antes lo asumamos y nos preparemos para este futuro que se vislumbra, más posibilidades tendremos de ser protagonistas del mismo.
Como he escrito alguna vez, los signos del futuro están siempre en el presente. El vertiginoso avance y la convergencia de la tecnología 3D, de la nanotecnología y de la biotecnología entre otras, ya permite anticipar que casi cualquier objeto que podamos imaginar lo podremos construir … en nuestra propia casa, incluso.
Simplificando mucho se trata de disponer de los siguientes elementos:
Ya es posible “fabricar” tejidos vivos, humanos o animales, utilizando bioimpresoras y biotintas a base de células vivas, como podemos apreciar aquí:
Solamente las consecuencias para la salud y la alimentación humanas, y por tanto, de las industrias relacionadas, nos permiten atisbar el alcance de esta nueva revolución digital cuyas primeras olas nos van avisando ya del tsunami social que se desencadenará, sin duda, en esta misma generación.
Las aplicaciones prácticas son innumerables, como se puede apreciar en este interesante artículo , algunas de ellas indeseables, como la facilidad para fabricar armas o drogas caseras de diseño, pagadas con bitcoins (de este tema hablaremos otro día).
Cada vez que una tecnología disruptiva aparece en el horizonte hay ocupaciones y actividades que dejan de tener sentido e irrumpen otras nuevas, dentro del esquema de “destrucción creativa” de mi admirado Schumpeter. Lo curioso del caso, es que, en algunos aspectos, esta especie de varita mágica, con forma de microondas que es una impresora 3D, hace posible una vuelta al pasado artesanal al facilitar la fabricación (digital) doméstica a medida a precios muy competitivos. Lo importante será el diseño y no tanto el coste de mano de obra.
El tema da mucho de sí, obviamente. Prácticamente todos los ámbitos de la actividad humana se verán afectados, y se debatirá mucho acerca de sus consideraciones éticas, de seguridad, de propiedad intelectual, de sostenibilidad ambiental, de modelo productivo, de logística, de transporte, de organización del trabajo y de paradigma educativo.
Para finalizar este post, más largo de lo habitual, adjunto información complementaria de interés.