El marketing es la técnica del eufemismo, de la hipérbole, de la metáfora y del oxímoron… entre otras cosas. En definitiva, en lo que se refiere al uso del lenguaje, el marketing es el dominio de las distintas figuras retóricas con las que desde la Grecia clásica codificamos el discurso. Aplicado lo antedicho al mundo de la gastronomía, el campo a analizar es inmenso. Porque, al final, la gastronomía es el arte de separar la ingesta de alimentos de su función nutricia, vincularla con aspectos culturales e históricos y ‘venderla’ empaquetada con un bonito papel de regalo que puede adoptar muchas etiquetas. Y así salen tantos y tantos nombres de la cocina. Veamos: tenemos cocina ‘de autor’, de ‘vanguardia’, ‘contemporánea’, ‘alta cocina’…. a ver quién es el guapo que consigue acotar los campos semánticos de las anteriores definiciones sin que intersecten. Imposible. Porque un cocinero que le da un toque personalísimo a un plato tan tradicional como un zarangollo, consistente, por ejemplo, en que monta las claras aparte y coloca encima las yemas escalfadas… ¿hace cocina de autor, de vanguardia, tradicional, con una vuelta de tuerca? Pero sigamos: hay ‘cocina molecular’ y ‘cocina tecnoemocional’, ambas acuñadas tras la irrupción (disrupción, más bien) de Ferran Adrià. ¿Son lo mismo con diferente nombre, existen diferencias? Y qué me dicen del  grupo de definiciones ‘verdes’ (diferentes tonos de verde, claro): ‘Cocina de mercado’ –¡coño, pues claro!, de dónde va a ser, ¿de la ferretería?– ; ‘cocina de temporada’ –cuando ya sabemos que las modernas técnicas agrícolas han roto la estacionalidad–; ‘de producto’ –ya me gustaría a mí conocer una cocina que no fuera ‘de producto’–; ‘de proximidad’ –mira, como la Policía–; ‘casera’ –el oxímoron, que decíamos–. Sea como fuere, al final lo importante es que tras estas definiciones no se esconda ninguna estafa y que el papel de regalo se corresponda con el contenido del paquete.