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Pachi Larrosa

El Almirez

A Dios rogando…

Y con el mazo dando. O más propiamente en este caso, con la mano del almirez. Los recetarios monacales han sido siempre reservorio de una cocina tradicional, sencilla, pegada al terreno, con productos cultivados en el entorno de los muros de monasterios y abadías. Cocina de temporada, sin alharacas, equilibrada y ligera, destinada a  alimentar más que a proporcionar placer, aunque con matices. Al igual que en los monasterios medievales se  preservaron la lengua culta y los conocimientos de la época con su paciente labor de trasladarlos a la lengua escrita,  monjas  –muy volcadas hacia la repostería – y monjes fueron poniendo por escrito y conservando miles de recetas, algunas de las cuales han dando carácter al propio convento o a la localidad donde éste se ubica. Intramuros siempre se buscó una economía de autoabastecimiento, y tiempo –‘ora et labora’– es lo que sobraba. Así, la cocina monacal se basaba en la propia provisión y elaboración de los productos que acaban en la olla. Horticultura, vitivinicultura, herboristería, apicultura, pastelería, quesería, conserva molienda y panadería…  prácticamente todas las labores propias de la transformación alimentaria se han realizado, a pequeña escala en los recintos conventuales. El tan ‘moderno’ y ahora reivindicado ‘kilómetro cero’, en realidad tiene miles de años de historia. Judiones del convento,  potaje de cuaresma, huevos de clausura, tetillas de monja… recetas que remiten al divino oficio de la cocina. Este año, en el que Caravaca de la Cruz celebra su jubileo, es una buena portunidad para acercarse a estos divinos recetarios. Y, de paso, conocer la sustanciosa gastronomía tradicionala de Caravaca y de la comarca del Noroeste. Las migas, la tartera caravaqueña de cordero, el cabrito en salsa, los guíscanos, potajes, puré de monte, caracoles, los andrajos y el ajoharina. Y para los más golosos,  el alfajor y la yema de Caravaca. Y si optamos por la sana costumbre tan española del tapeo, busquemos la pimpirrana, los ‘caíllos’, los ‘tigres’, las ‘alpargatas’ de sobrasada, la torta de boquerones, la oreja, las patatas con ajo y los michirones, entre otras muchas posibilidades. Pero los tiempos adelantan que es una barbaridad, que decía el otro. Y la cocina conventual ha saltado los gruesos muros medievales y ha llegado al mundo virtual. El primer ‘torno online’ de España: www.declausura.com pone el cielo a golpe de clic. Una página web que ya está saturada de pedidos de mantecados, turrones o mazapanes hechos con manos divinas.
¡Si sor Citröen levantara la cabeza…!

Sobre el autor

Periodista, crítico gastronómico. Miembro de la Academia de Gastronomía de la Región de Murcia.


enero 2017
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