De manera intermitente, pero cada vez más frecuente, saltan a primer plano de actualidad conflictos que enfrentan a los agentes que operan tradicionalmente en un determinado sector económico (generalmente de prestación de servicios) con una nueva forma de entender la relación entre estos y los destinatarios finales, los clientes. Así ha venido ocurriendo con el sector del taxi frente a plataformas como Cabify o Uber; el del sector hotelero ante realidades como AirBnB, y más recientemente con la plataforma de guías turísticos aficionados GuruWalk.
Se suele agrupar a todas estas plataformas, surgidas sobre la base de las tecnologías dela información y la comunicación (TIC), bajo el nombre de ‘economía colaborativa’. Una denominación equívoca y falaz, a partir de la cual, el debate al respecto nace viciado (en interés de estas nuevas plataformas). El origen de este concepto está en el encuentro de la crisis económica y las posibilidades de las nuevas tecnologías hace casi una década. Pero cuando Ray Algar acuñó este término en el artículo del mismo título publicado en el boletín Leisure Report de abril de 2007, se estaba refiriendo a algo muy distinto al funcionamiento de estas plataformas digitales: “Prestar, alquilar, comprar o vender productos en función de necesidades específicas y no tanto en beneficios económicos”. La economía colaborativa remite al histórico sistema del trueque o intercambio de productos y servicios y se fundamenta en el uso de plataformas digitales a través de las cuales los usuarios se ponen en contacto para intercambiar bienes o artículos, casi todos de forma gratuita y altruista. Aquí entrarían ideas como los bancos de tiempo o plataformas de compraventa de productos de segunda mano como Wallapop, pero difícilmente encajarían plataformas como las mencionadas anteriormente, cuya actividad está inspirada desde luego (legítimamente) en el beneficio económico y que, de no ser cuidadosamente reguladas, pueden provocar problemas, no ya de competencia desleal, sino de precarización laboral, economía sumergida, vaciamiento de las arcas de la Seguridad Social, expoliación fiscal o favorecimiento de la especulación. Es decir, un desmantelamiento progresivo del Estado del Bienestar tal y como lo conocemos. De hecho, una vía muy peligrosa hacia la explotación laboral es su sistema de relación contractual con los ‘operarios’ finales en el ámbito del trabajo autónomo.
Se venden estas plataformas como las protagonistas de un cambio de paradigma en las relaciones económicas y laborales y, efectivamente, están provocando nuevas relaciones de las personas con su actividad profesional, y en consecuencia un cambio en sus condiciones de vida. Se habla de la cuarta revolución industrial y es evidente que están liderando un cambio que ha venido para quedarse y cuya negación es una actitud suicida. Pero igual de insensato es permitir su libre expansión sin regulación, porque amenazan gravemente el marco normativo de garantías sociolaborales que conocemos. En otras palabras, mantener a etas alturas la etiqueta de ‘economía colaborativa’ para estas plataformas es un sarcasmo y una temeridad.
Como estamos hablando básicamente de la prestación de servicios, muchos de los efectos de esta ‘nueva economía’ inciden directamente en el sector turístico. Si el caso de los guías turísticos aficionados de GuruWalk es el último conflicto en estallar, el de AirBnB es el que más efectos negativos está provocando: subida de precios de los alquileres de inmuebles en las grandes ciudades; expulsión de los barrios de sus tradicionales habitantes, y en consecuencia, gentrificación de los centros urbanos; pérdidas en la industria tradicional del alojamiento, con la consecuente destrucción de empleo… Se estima que esta plataforma digital es ya el mayor agente de alojamientos del mundo… sin haber construido un solo edificio, sin tener una sola habitación. BnB tiene más alojamientos que la cadena Marriot. Naturalmente, ninguno es suyo.
Otra de las falacias tras las que pretenden esconderse estas plataformas es la de convencernos de que han favorecido la eliminación de intermediarios entre el cliente y el servicio pretendido. Pero en BnB ya hay grandes multinacionales y fondos de inversión especulando, escondidos como particulares en la plataforma. Por ejemplo, Wyndham hotels, un holding hotelero con intereses en todo el mundo tiene, solo en Madrid, 145 pisos turísticos camuflados en BnB. Según la propia plataforma, “solo” el 30% de los agentes que ofrecen alojamiento son profesionales, aunque un reciente informa del Ayuntamiento de Madrid llegan al 50%.
Naturalmente, el sector de la restauración tampoco es inmune a este “capitalismo 4.0”. Deliveroo es una plataforma de envío de comida a domicilio. Un gran servicio a los ciudadanos, sin duda. Pero esta renovada versión de ‘El chino veloz’, que se vende como plataforma de mediación entre los restaurantes y los clientes que realizan el pedido (de nuevo los mantras de la eliminación de intermediarios, de economía colaborativa…) basa su funcionamiento en una extensa red de repartidores que, a lomos de bicicleta o moto trabajan a destajo por una comisión por cada pedido entregado. Por supuesto, son ¿autónomos? y tienen que pagar su cotización, el 21% de IVA y el IRPF. Los interrogantes en ‘autónomos’ indican su dudosa condición, ya que si lo fueran de verdad, tendrían libertad plena para negociar horarios, servicios y precios, lo que no es el caso.
Hace unos días Soledad Díaz, presidenta de los hoteleros de Costa Cálida, se quejaba amargamente en ‘La Verdad’ de la caída de los alojamientos en julio, que apenas han llegado al 70%. Y aludía entre algunas de las causas, al “cambio de ciclo, ante una economía colaborativa que ha venido para quedarse”. Sería recomendable que los agentes tradicionales del sector turístico no cayesen en la trampa de los nombres. Lo que se nombra termina existiendo, las palabras acaban conformando la realidad, como sabemos desde Ferdinand de Saussure o desde la Biblia, escojan. Desde hace dos décadas, los medios de comunicación tradicionales, especialmente la prensa escrita, está manteniendo una hercúlea lucha de adaptación a la nueva economía digital. Después de muchos años de acusaciones de pirateo y otras vicisitudes, lo hizo la industria musical y ahora deben hacerlo los agentes turísticos. Pero bajo tres premisas: no caer en las trampas nominalistas, reorganizarse desde la imaginación y presionar porque esta nueva economía se mantenga bajo el paraguas de nuestro viejo sistema de garantías y libertades.