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Pachi Larrosa

El Almirez

El reino de la Monastrell

La pequeña y resistente uva  que se cultiva  mayoritariamente  en la Región se ha convertido en una bandera de calidad

770px-balzac_noir-mourvedre«Las gentes del Mediterráneo empezaron a emerger del barbarismo cuando aprendieron a cultivar el olivo y la vid». Lo dijo Tucídides, historiador y militar ateniense. Unos 2.500 años después el cultivo de la vid sigue teniendo la misma trascendencia en la vida de los pueblos. Una trascendencia que en estas tierras de Levante español tiene una protagonista: la Monastrell, variedad dueña y señora de las viñas de la Región de Murcia, donde se cultiva el 47% de la superficie destinada en España a esta uva.
La pasada semana tuvo lugar el acto de entrega de los Premios  de la Cofradía del Vino Reino de la Monastrell, un grupo de enamorados de esta variedad de uva que llevan defendiéndola y difundiendo sus bondades más de dos décadas. Y entre otras cosas, publicando ‘El Libro de la Monastrell’ una especie de libro blanco de esta variedad, escrito por un amplio grupo de colaboradores que ejercen su actividad en diferentes instituciones y bodegas especializados en investigación, vinificación, elaboración, comercialización y otras disciplinas. Esos premios fueron el resultado de una gran cata de decenas de vinos de cuya composición formaba parte de forma mayoritaria la uva Monastrell, realizada a cargo de un jurado de veinte catadores procedentes de diferentes puntos de España. Y fueron también la constatación de que el salto de calidad experimentado por los vinos de la Región en los últimos años ha sido gigantesco.
Quedaron definitivamente atrás esos vinos sumamente alcohólicos, insoportablemente astringentes, duros y recios, ‘vinos de carretero’ que «levantaban a un muerto» o te mataban. Hoy, el I+D+i ha entrado a fondo en las cepas y en las bodegas recorriendo todo el proceso desde el campo hasta la botella abierta sobre una mesa para equiparar nuestros vinos con los del resto de las D. O. de España. Valgan dos muy recientes ejemplos de esto: la concesión por parte de la prestigiosa Guía Parker de 96 puntos a El Nido 2016, de las bodegas jumillanas de Juan Gil, y de nada menos que 99 puntos –una insólita puntuación que pocos vinos del mundo logran– a Casa Castillo Pie Franco 2017 de la también bodega de Jumilla Casa Castillo.
Pero la trascendencia del vino en la vida de los pueblos va mucho más allá de los aspectos puramente enológicos o gastronómicos y la Monastrell, uva identitaria de la Región de Murcia, es una buena muestra de ello. Por mor de la vorágine electoral que sufrimos estas largas semanas, se ha traído al debate público el problema de la ‘España vaciada’. Un fenómeno del que de momento, se libra la Región debido, entre otras cosas, al gran tamaño de sus municipios. El pueblo de Ojós, el más pequeño de la Comunidad, con 497 habitantes, sería un municipio de tamaño medio en Castilla y León, Aragón o Extremadura. Pero empieza a haber grandes extensiones en el Noroeste o en las pedanías altas de Lorca que están despoblándose. El cultivo y elaboración del vino es un eficaz elemento de anclaje de la población al medio rural, evitando la temida despoblación. En nuestra comunidad, además, constituye un motor de desarrollo local en zonas donde, en muchas ocasiones, no existen otros recursos, algo muy patente en las extensas áreas de secano de la Región. Por la misma razón, la vitivinicultura se constituye en una eficaz barrera contra la desertificación, definiendo y fijando el paisaje y, por tanto en repositorio de valores medioambientales.
Aspectos todos ellos que se materializan en una pequeña y oscura uva que prospera en condiciones climáticas y de suelo muy exigentes. Para un neófito puede ser un shock apreciar una copa de un buen vino de Monastrell bebida ‘a pie de viñedo’, pasada la cosecha. El contraste entre las sensaciones que despierta el cárdeno caldo pasando por nuestra boca con la áspera aridez del suelo que pisamos puede ser brutal.
Por otra parte, la perspectiva económica de la variedad Monastrell no debe centrarse exclusivamente en los números de producción y exportación de botellas de vino, con ser estos importantes. El enoturismo es una actividad que crece cada año a nivel mundial. En torno al vino se han elaborado mil y un relatos asociándolo a aspectos históricos, culturales, paisajísticos y patrimoniales de un territorio determinado configurando modelos sostenibles de turismo capaces de atraer a esa zona riqueza y desarrollo económico.  Pero para todo ello es necesaria la implicación de las administraciones públicas de la Región (regional y locales), con apoyo, coordinación y ayudas económicas; la apuesta decidida de empresarios y bodegueros que destinen recursos personales y materiales a la atención a este tipo de turismo, y el compromiso de ambos sectores –público y privado– por acciones de promoción. En ese sentido funcionan las  Rutas del Vino, aunque no estaría de más un incremento del apoyo a los consejos reguladores de nuestras tres denominaciones.
Y por encima de todo, en mi opinión: una más estrecha colaboración entre las tres denominaciones de origen de la Región (Bullas, Yecla y Jumilla) para defender un patrimonio común: la Monastrell. Es curioso que lo que podría verse como algo positivo –la diversidad que supone contar con tres denominaciones asociadas a un  territorio tan pequeño como el de la Región de Murcia– se convierta a menudo en un obstáculo que no sufren por ejemplo en la Rioja o Ribera del Duero, cuya única marca recoge los unánimes apoyos de los diferentes agentes económicos y políticos del territorio donde se asientan. La colaboración, las alianzas, los acuerdos siempre han beneficiado al conjunto de quienes los materializan.
O por terminar con otro clásico: dijo Tácito que «los que luchan por separado son vencidos juntos».

Sobre el autor

Periodista, crítico gastronómico. Miembro de la Academia de Gastronomía de la Región de Murcia.


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