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Pachi Larrosa

El Almirez

Todo queda en casa

El turismo nacional ha conseguido salvar la campaña turística del verano cubriendo una parte relevante de la ausencia de extranjeros

30-08-2021.ACARTAGENA.ISLA PLANA,VERANO

Parecía imposible pero ha ocurrido. El turismo nacional ha sustituido al extranjero este mes de agosto, llenando hoteles, bares y restaurantes y cubriendo parcialmente el ‘agujero’ que las restricciones a los viajes entre países, como consecuencia de la pandemia, han impuesto. Y eso que ese ‘agujero’ es grande. En 2019, último año ‘prepandémico’, visitaron la Región más de un millón de extranjeros, de ellos, más de 150.000 solo en agosto. La caída en 2020 fue brutal, con un descenso del 73%. Este año, sumido en dudas e incertidumbres provocadas por la quinta ola, la ocupación media ha superado el 85%. La costa se ha mantenido como el principal reclamo, y, de hecho, en áreas de La Manga, Cartagena y el Mar Menor –si bien en este último caso, la mortandad de peces ha tirado a la baja la positiva tendencia que se venía manteniendo durante todo el verano– se ha colgado el cartel de completo, al igual que en otros municipios, como Águilas. Pero no solo la costa. Los hosteleros destacan que las plazas y paseos de Murcia, aún con muchos establecimientos cerrados, han sido testigos de una afluencia notable, incluso entre semana, mientras la Federación de Asociaciones de Turismo Rural de la Región de Murcia certifica que la ocupación ha rondado el 90%. La búsqueda de entornos seguros, la huida de las ciudades y de las previsibles aglomeraciones en destinos más masivos y el regreso al campo, a espacios abiertos, están detrás de este incremento de reservas y afluencia a los alojamientos rurales, tradicionalmente, en nuestra Región, uno de los eslabones más débiles del sector turístico.
Naturalmente no se llegará a las cifras de negocio de 2019 pero a nivel nacional los hosteleros han reducido la caída de las ventas respecto de ese año a una media del 20%, por supuesto muy lejos del cataclismo del verano del 2020. Esas son las estimaciones de la patronal Hostelería de España, que han calificado éste como un verano «de altibajos». Como señaló Vicente Montesinos, fundador de la consultora Ameba Research, «Este es un verano de prenormalidad y de poshecatombe».
Son varios los factores que podrían explicar este benéfico ‘tsunami’ de turismo nacional que está salvando las cuentas de resultados del sector. En primer lugar, la disponibilidad. A lo largo de catorce meses de pandemia, con su macabro contador de muertes y un rosario de restricciones a la interacción social, cierres en la restauración, pérdida de empleo e incertidumbre ante el futuro inmediato los españoles hemos ahorrado. Y mucho. La tasa de ahorro de las familias españolas en 2020 se situó en el 14,8% de la renta bruta disponible, más del doble que la de 2019 y la más alta de los últimos 40 años. El éxito de la vacunación, la caída de la mortalidad por Covid y los buenos datos de un horizonte de rápida recuperación económica han abierto las carteras. A esto se suma un factor sicológico. Tras quince meses muy duros para la población en general –la salud mental de la población española ha caído en picado durante la pandemia, según La Confederación Salud Mental de España– los ciudadanos necesitan imperiosamente recuperar una forma de vida que está en las antípodas de lo que ha impuesto la pandemia y basada, precisamente en todo aquello que cercenó la Covid-19: relaciones sociales, gusto por la vida en la calle, por las celebraciones y eventos multitudinarios, pasión por la gastronomía y la hostelería… Hay que recordar que nuestro verdadero diván del psiquiatra, las barras de los bares, siguen cerradas y en ellas residía una de las claves de cómo los españoles entendemos la vida en sociedad. Al final en la barra de un bar nadie estaba solo ni no quería estarlo. Lo que se consumía en estos espacios y la forma de hacerlo se había convertido incluso en la bandera bajo la que la gastronomía española mantiene ahora su presencia a nivel internacional: las tapas. Los bares y sus tapas son mucho más que un negocio: son la expresión de la condición socializadora de la gastronomía de nuestro país; de nuestra forma de relacionarnos con la comida y de compartirla con los demás; una manera grupal, gregaria de utilizar la comida como vehículo de comunicación e interacción. Todo eso está comprometido, aunque estoy seguro de que acabará volviendo.
Así pues, llegados a este verano a lomos de la quinta ola y con las riendas de la vacunación en la mano, los españolitos, con algo más de dinero en el bolsillo y con unas ganas incontenibles de recuperar nuestras vidas o una parte importante de ellas, nos hemos lanzado al único destino a mano y seguro que teníamos este verano. Y de paso hemos salvado unos cuantos negocios y un buen número de empleos. Que así sea.

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Sobre el autor

Periodista, crítico gastronómico. Miembro de la Academia de Gastronomía de la Región de Murcia.


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