La ocurrencia del Ministerio de Sanidad de recomendar a los restaurantes que excluyan el vino de sus menús levanta pasiones
Todos los políticos deberían grabarse en la frente de forma indeleble la definición de su papel en la sociedad: resolver problemas’. Pero tal y como están las cosas, al menos habría que pedirles que no los crearan allí donde no existen. Acabamos de tener un magnífico ejemplo de la relevancia de estas afirmaciones. El Ministerio de Sanidad ha dado a conocer el borrador sobre la Estrategia de Salud Cardiovascular, que contiene, entre otros aspectos, la recomendación a los restaurantes de que promuevan la dieta mediterránea excluyendo el vino y otras bebidas alcohólicas como la cerveza. Y saltó la polémica. Y es que, en principio, cualquier medida que adopte cualquier ejecutivo que roce siquiera los acendrados hábitos socioalimentarios de los ciudadanos provoca chispas. Y el vino ha estado siempre en el centro de muchas de ellas.
Por una parte, es comprensible la reacción de preocupación de hosteleros y vitivinicultores que ven amenazados su negocio y su forma de vida. Aunque hay formas y formas de expresar esa preocupación, y la usada por José María Rubiales, presidente de la asociación de Bares y Cafeterías de la región ha sido ponderada, lamentando la «falta de creatividad de los redactores del borrador en el sentido de que se plantee cortar por lo sano, en lugar de planificar un ejercicio de educación para concienciar de los perjuicios del consumo del alcohol». Tiene razón Rubiales: los hábitos de consumo se conforman durante la edad temprana en dos ámbitos: el hogar y la escuela. Si hablamos de la edad adulta, las recomendaciones del departamento de Carolina Darias no dejan de ser un contrasentido: si la venta y el consumo de alcohol es legal en España –y genera millonarios ingresos al Estado en forma de impuestos– no deja de ser hipócrita andar con estas recomendaciones a quien legalmente lo vende. Se entendería perfectamente que el Ministerio se dirigiera directamente a los ciudadanos, a los consumidores y no pretendiera usar a los hosteleros como ‘mensajeros’.
No vamos a entrar aquí en el debate sobre si el vino tiene o no efectos positivos para la salud cardiovascular, porque aquí también –es el signo de los tiempos– hay talibanes de una y otra postura. Solo recordar que está fuera de toda duda la salubilidad de la dieta mediterránea completa, que incluye el consumo moderado de vino –y no de otras bebidas alcohólicas–. Claro que la ingesta de alcohol daña al cuerpo. Como lo daña la ingesta de carne, de mariscos o de atún rojo, por poner algunos ejemplos. Pero lo importante, como en todos los ‘venenos’ es la dosis. En el caso del vino, junto con ese daño latente, estudios científicos no cuestionables resaltan los efectos beneficiosos de esta bebida, que lleva con nosotros desde nuestros albores como civilización, consumida moderadamente. A mayor abundamiento –y contrasentido– el vino está definido como alimento en la Ley de la Viña y el Vino (Ley 24/2003)
Pero sobre todo, que un grupo de sesudos expertos y científicos pretendan cambiar mediante una recomendación, los hábitos alimentarios y –más importante–- sociales, culturales e incluso identitarios de una parte relevante de ciudadanos de este país parece vano intento. Vano y proveniente de una evidente actitud paternalista hacia los ciudadanos. Si yo entro en un bar o restaurante y pido vino para beber, ¿qué hostelero va a tener el cuajo de decirme que no me los sirve en pro de mi salud cardiovascular? ¿Cómo demonios van los restauradores a aplicar semejante recomendación, negándole una cerveza al cliente que la pide para acompañar su menú? Absurdo. ¿Es que esta gente que ha elaborado el borrador no va de bares? Menos marketing institucional y más convencer y educar.
Otra cuestión es la manera en que políticamente se ha reaccionado a este anuncio. Como siempre últimamente, hiperventilando. En cuando el adversario huele cualquier asunto al que pueda hincarle el colmillo populista, allá que van sin pensar en el mensaje que está trasladando. Está claro de que se trata de una recomendación, en mi opinión, absurda, pero esa táctica de ponerse la venda antes de la herida anticipando una hipotética prohibición para poder contraatacar tampoco es de recibo. Sobre todo porque lleva a los extremos, en este caso, a parecer que se defiende el consumo de vino sin medida alguna. Recordemos episodios pasados como el de José María Aznar respondiendo a una campaña de la DGT diciendo: «¿Quién te ha dicho a ti las copas de vino que tengo o no tengo que beber?» Más acertado estuvo el inefable Mariano Rajoy lanzando a los siete vientos su proclama más escobariana: ¡Viva el vino! Palabras de las que se hizo mucha sangre, aunque lo cierto es que la frase completa fue: «¡Viva el vino, la moderación y el sentido común!». Tres palabras que siempre deben ir juntas. Pues eso, que viva.