El marketing alimentario suele esconder su único objetivo, la venta,
en etiquetas y narrativas relacionadas con la salud y el medio ambiente
Es evidente que una de las tendencias más detectables en cuanto al consumo de alimentos, tanto en el ámbito doméstico como en el de la restauración, es el de la comida ‘healthy’, horrible anglicismo que podría (o no) sustituirse por el término castellano ‘saludable’.
Es obvio que se trata de opciones cuya extensión y potencia de crecimiento no pueden aún competir con ciertos hábitos casi ‘suicidas’ de una parte importante de la población procedentes del ‘american way of food’ dirigidas a atiborrarnos de sales, azúcares y grasas –la tríada diabólica– por mediación de las grandes multinacionales de ultraprocesados y de la ‘macdonalización’ de la sociedad. Pero lo saludable vende, no hay duda, y se ha convertido en una especie de marca reputacional muy apreciada por los ‘ingenieros’ del marketing del mundo de la alimentación y de la restauración. De hecho, junto con las de ‘respetuosa con el medio ambiente, ‘eco’ y similares, está entre las etiquetas más apreciadas por todo jefe de ventas que se precie.
Porque ojo: si bien hemos asignado la condición de equivalentes a los términos ‘healthy’ y ‘saludable’, en realidad sus campos semánticos difieren, como suele ocurrir cuando cambiamos de idioma. Asi «en el caso de los alimentos ‘Healthy’, el entorno narrativo de la marca va más allá del producto en sí (la manzana) y de la funcionalidad (alimentar de manera sana). Lo Healthy empieza a ser un estilo de vida, una forma de comportarse y una manera de autoexpresión», según el portal de la escuela de negocios Esic. Los alimentos ‘healthy’, por tanto, no solo deben ser saludables para el cuerpo humano sino que en su proceso de producción y comercialización deben cumplirse ciertas condiciones de un ‘estilo de vida saludable’ como gestión de residuos, lucha contra el cambio climático, estrategias de reducción de la huella de carbono, políticas de responsabilidad social corporativa… O al menos parecerlo, como la mujer del César.
Porque serlo… es otro cantar. Un ejemplo de libro es el aguacate. Se supone que es un producto saludable y lo es siempre que su consumo sea razonable. Porque un solo aguacate puede contener 300 calorías, aporta 25 gramos de grasa y es difícil de digerir, por lo que un excesivo consumo puede provocar problemas intestinales. Pero ¿es ‘healthy’? Pues para producir un solo kilo se necesitan 1.000 litros de agua. Cambiar el azúcar añadido por otros endulzantes o por miel no tiene demasiado sentido, porque lo verdaderamente dañino para la salud son los azúcares integrados en el alimento y, por otra parte, los endulzantes o la propia miel también tienen azúcares (en el caso de la miel entre un 78 y un 80% de su composición). Tomar zumo de naranja diariamente puede parecer tremendamente sano e incluso ‘healthy, cuando la realidad es que nos estamos metiendo el zumo de tres naranjas sin la fibra y por lo tanto, azúcar en vena.
En fin, podríamos seguir con mil y un ejemplos de incoherencias como la de quien se calza una copiosa comida cargada de carbohidratos y pide sacarina en el café justo después un dulcísimo postre; la de quien usa sal baja en sodio y eso le convence de que puede usarla ‘a pajera abierta’ y vuelca el salero en el plato… Especialmente peligroso es el caso de los alimentos’ light’, en lo que se refiere a la exposición del consumidor a las trampas del marketing y el etiquetado. Para muchas personas lo ‘light’ es una especie de salvoconducto para comer todo lo que les gusta sin engordar. Y así, si tomamos el doble de un producto ‘light’ seguramente ingiramos más que su equivalente ‘completo’. Pero es que, además, la industria alimentaria maneja lemas premeditadamente ambiguos como : «bajo en grasa», «sin azúcares añadidos», «con omega 3» con la pretensión de hacer pasar a este producto como saludable o ‘healthy’, sin que sea lo que creemos.
Y ¿entonces, qué es lo ‘healthy’ realmente?. Pues se sabe desde hace mucho tiempo: la dieta mediterránea. No solo son productos saludables para nuestro organismo, sino que su producción ahorra una gran cantidad de agua frente a la producción de otro tipo de alimentos como los cárnicos. Es verdad que “para producir medio kilo de trigo se requieren 500 litros de agua; para medio kilo de maíz, 450 litros; y para medio kilo de lentejas, 25 litros. Unas aceitunas, como las que te ponen en el bar, necesita 250 litros de agua», según datos de la Fundación Aquae. Pero es que para producir medio kilo de mantequilla son necesarios 2.700 litros, y 1.000 litros de agua para un solo litro de leche. Así que cuidado con las etiquetas. En todos los sentidos.