La hostelería murciana respira con un agosto de alta afluencia, aunque no olvida las cicatrices de tres lustros de grandes crisis
Empezó el verano de forma titubeante, con una afluencia de clientes a los restaurantes de nuestras costas menor de la esperada durante el mes de julio. Todo ello, pese a que las previsiones de los expertos eran muy optimistas. Como ejemplo, la aplicación de reservas de restaurantes TheFork presentó su habitual encuesta veraniega en la que señalaba que el 86% de los españoles se iría de vacaciones y que el 74% visitaría más de restaurantes que en el resto del año. Pero además, la misma consulta señalaba que el 64% preveía gastar más en restaurantes durante el verano que en el resto del año, y que el 32% pensaba realizar entre una y tres reservas para comer o cenar en restaurantes semanales, un 24% planeaba más de tres y el 26% tenía previsto salir a comer fuera cada día. Otras consultoras avanzaban ventas para el sector turístico superior al 80% del alcanzado en el último año prepandemia.
Pero el panorama estaba lleno de nubarrones para un sector que aún se alamía las heridas de dos años terribles en los que las medidas para luchar contra la pandemia les había castigado con dureza. Controlado el Covid 19 los hosteleros se enfrentaron con un serio problema: la falta de profesionales para afrontar lo que se preveía como el verano de la recuperación. A las duras condiciones laborales –no en todos los casos– y al problema de la conciliación se unía el hecho de que la experiencia de la pandemia -con su secuela de cierres, despidos y Ertes- había puesto de manifiesto algunas de las fragilidades de un sector que no prometía precisamente estabilidad. De tal manera que a la endémica falta de profesionales de sala y cocina se unió la huida de la hostelería de miles de trabajadores que optaron por sectores que durante la pandemia había mostrado una mayor resiliencia: distribución, logística… Pero faltaba un nuevo mazazo. La guerra en Ucrania acabó provocando rupturas en la cadena de suministro, desabastecimiento de algunas materias y sobre todo, una galopante inflación que aún padecemos. Una escalada de precios que cada empresario afrontó a su manera: manteniendo sus precios a costa de sus márgenes, subiéndolos con mucho cuidado y otros –siempre los hay– aprovechando la situación para elevarlos de manera injustificada.
Pues bien, llegó agosto y fue el acabóse. Pese a todas las dificultades, las ganas de evadirse de una situación llena de incertidumbres ganaron la batalla y los hoteles, bares y restaurantes se llenaron. Como ejemplo, en La Manga ha sido casi imposible comer o cenar sin haber tenido la precaución de reservar previamente. En muchos casos –chiringuitos incluidos– las reservas se hacían a dos o tres días vista. La impresión, a falta de la recogida y tratamiento de datos más concretos, es que el lleno en nuestra querida lengua que separa los mares Mayor y Menor ha sido hasta la bandera. Otros datos que habrá que tener en cuenta serán el gasto por cliente y los beneficios de los negocios, teniendo en cuenta el incremento de los costes.
Este verano ha jugado fuerte la consolidación de dos iniciativas gastronómicas de alto nivel que arrancaron el pasado año y que han seguido su camino ascendente: La Mestiza, y Trips, con su giro de discoteca pura y dura a espacio musical y de restauración variada. Y como broche a este brote de optimismo, pese a los negros nubarrones del escenario internacional, la inauguración el próximo día 8, de Alviento, el gran proyecto gastronómico del empresario Alfonso Torres, que abrirá en edificio comercial del Puerto de Cartagena este restaurante frente a cuyas cocinas estará Quim Gabarró, ex jefe de cocina de Abac, el restaurante con tres estrellas Michelín del conocido chef Jordi Cruz. El proyecto se completa con un segundo restaurante más ‘popular’. Nada menos que 70 profesionales tripularán este barco que, sin duda, añadirá valor a sector gastronómico de Cartagena.
Algo distinta ha sido la situación en la costa interior del Mar Menor. La mala imagen que su situación durante los últimos meses ha proyectado el estado de sus aguas ha retraído la afluencia, pese a al evidente mejora de la transparencia de sus agus. Y aquí ha pesado mucho en el éxito de la restauración el prestigio previo de determinados restaurantes «de los de toda la vida» que mantienen una clientela muy leal y cuya cuenta de resultados no depende tanto de ocasionales veraneantes.
Efectivamente, no se ha dado mal el verano. Pero el sector no está tranquilo. Su buena marcha depende de numerosas circunstancias ajenas a su control y la secuencia de crisis concatenadas que ha vivido en los últimos tres lustros le ha dejado muchas cicatrices y una comprensible desconfianza en el futuro.