Dice Felipe Fernández-Armesto en su ‘Historia de la comida’ que la cultura empieza cuando los alimentos crudos se cocinan. «Cocinar no es solo una forma de preparar alimentos, sino de organizar la sociedad alrededor de las comidas comunitarias y de horas de comer previsibles». En definitiva, el fuego fue la ‘chispa’ que empezó a tejer las estructuras sociales complejas. Abunda en el tema el antropólogo Richard Wrangham, que en su obra ‘Catching Fire’ asegura que no fue el lenguaje, la fabricación de herramientas o el hecho de comer carne lo que nos separó de los primates y nos convirtió en humanos, sino el descubrimiento de la cocina. En definitiva, lo que la cocina nos proporcionó fue la posibilidad de comer juntos y, por tanto de socializarnos, de entretejer redes sociales. Y así ha sido desde que el hombre descubrió el fuego… hasta ahora. Porque otras redes sociales muy diferentes a las propiciadas por el fuego de campamento han tomado el relevo y están cambiando la forma de relacionarnos con la comida. Veamos alguna estadística: Un 29% de los usuarios de redes sociales comparten fotografías de su comida a través de la web; un porcentaje similar consulta su smarphone durante una comida para obtener datos de lo que está comiendo; un 32% se acompaña de las redes sociales a la hora de comer solo. Según el profesor Charles Spence, psicólogo experimental en la Universidad de Oxford, la exposición constante a imágenes de alimentos apetecibles en los smartphones o en redes sociales puede provocar un aumento de la ingesta de alimentos, en muchos casos ricos en grasas, y por tanto, contribuir al incremento de los índices de obesidad. Desde aquella primera chispa hemos viajado millón y medio de años, pero en ciertos aspectos, parecemos más primitivos que aquellos nuestros ancestros que aprendieron a calentar sus cuevas con fuego.