Por fin el turismo tendrá Consejería propia, una herramienta que debería favorecer la modernización del sector gastroturístico
Dijo San Ignacio de Loyola: «En tiempo de desolación nunca hacer mudanza». Hoy, la ‘desolación’ va por barrios, pero de lo que no cabe duda es que estamos de mudanza. Política, naturalmente. No solo hacia un cambio de gobierno, sino hacia un cambio de modelo: un gobierno de coalición. Y esa necesidad que impone este modelo de encajar y conciliar distintas sensibilidades e intereses provoca de entrada que el sector del turismo puede verse beneficiado: por fin, habrá una Consejería de Turismo –así, sin compartir cartera– con dos direcciones generales.
Es decir, el sector como tal estará representado al máximo nivel en el Consejo de Gobierno. Algo justificado y necesario por cuanto el turismo se ha convertido en uno de los motores del desarrollo económico de la Región. Su contribución al PIB (el 11,3% en 2017, con un objetivo del 12% para este año) , el volumen de puestos de trabajo que genera (incrementos del 5,2% en 2017) y su condición de foco para inversiones así lo certifican.
Y, dentro del sector, cada vez adquiere mayor relevancia el turismo gastronómico. Según datos de la Encuesta de Turismo de Residentes del INE para los seis primeros meses de 2017, la Región de Murcia es la quinta comunidad autónoma con un mayor peso de la gastronomía como motivo principal del viaje de los turistas residentes en España, sólo por detrás de La Rioja, País Vasco, Asturias y Baleares. Así pues, los nuevos gestores, una vez se hayan acomodado en sus despachos deberán afrontar los nuevos retos que el turismo en general y el gastroturismo en particular platean. En un momento, por cierto de bastante ‘desolación’, que diría Ignacio, con ese inacabable conflicto laboral en la hostelería murciana. Quizá cuando los políticos dejen de distraerse con sus cosas, alguien podría intentar una mediación, explícita o tácita. Porque es evidente que el sector necesita una actualización urgente. Y no lo digo yo: en los documentos del Plan Estratégico de Impulso al Gastroturismo elaborado por el Gobierno Regional en 2017, en el capítulo ‘Promoción y comercialización’, apartado ‘Debilidades’, se establecen como tales la «falta de profesionales especializados, tanto a nivel de servicios de restauración y cocina, como a nivel de guías y comerciales; el bajo nivel de formación en idiomas y habilidades sociales» y «pobre nivel salarial en el sector de la restauración que obliga a los mejores a buscar trabajo en autonomías limítrofes, restando talento y calidad a la construcción y ejecución del producto», entendido por tal el servicio turístico. El apartado se cierra con «mala imagen del sector turístico entre los murcianos, como sector de empleo y desarrollo profesional». Sin entrar en el fondo del mencionado conflicto laboral, parece evidente que, además, la estacionalidad del sector, con picos y valles radicales, promueve la precariedad laboral, por un lado y por otro dificulta la gestión empresarial. A ello hay que añadir la poca conciencia turística de la restauración murciana, muy enfocada tradicionalmente al ámbito local-regional, (salvo en el caso de la costa, que, por cierto, está muy centrado en turismo familiar de sol y playa, con poca disponibilidad de gasto).
Formación, profesionalización y compromiso son las tres ideas fuerza que los nuevos gestores de la cosa pública deberían manejar ante este escenario. En este sentido es fundamental reforzar el papel y los recursos tanto del Instituto de Turismo como del Centro de Cualificación Turística como eje sobre el que pivota la formación para el sector y como agente dinamizador y modernizador del mismo. Sería importante retomar algunas de las iniciativas lanzadas desde la anterior administración, como las becas a la excelencia y las destinadas al reciclaje de los profesionales, la creación de un calendario gastronómico único, la elaboración de guías de buenas prácticas, el incremento de los cursos de formación para profesionales (en 2018 se impartieron más de un centenar), elevar bastantes grados el apoyo al enoturismo y a las D.O. y la concienciación del sector hostelero a través de iniciativas como la del ‘Sello de Compromiso Gastronómico’. Pero más importante aún sería aprovechar la nueva herramienta que representa la Consejería de Turismo para dar un salto, en cantidad y calidad, en la tarea de elevar la gastronomía, como cadena de valor, al mismo nivel de excelencia que está nuestra despensa.
Lo que también pasa por el compromiso del ciudadano con el turismo, su sentimiento de orgullo por lo que la Región atesora y su educación gastronómica. Pero esa es otra ‘desolación’, que diría el fundador de los jesuitas.