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Pachi Larrosa

El Almirez

En un bar

Ágora y confesionario, consultorio psiquiátrico y centro terapéutico, estos establecimientos son una clave de nuestra vida social desde hace milenios.

14/12/18. BAR LOS ZAGALES

Un bar no es un establecimiento donde se despachan al público alimentos y bebidas. Un bar es un paréntesis, un kit kat, una válvula de escape. En un bar nos situamos al otro lado de nuestra existencia diaria, pasamos a ver la vida desde otro plano, desde fuera de ella. En Murcia, específicamente pasamos a verla desde las ventanas de los bares, desde esos marcos que encuadran el lienzo de nuestras vidas.
En ellos encontramos la necesaria soledad acompañada, la individualidad colectiva; en ellos podemos mantener la mirada cómplice sin el riesgo de parecer atrevidos, podemos escuchar conversaciones ajenas sin pasar por indiscretos; estar cerca, muy cerca –¡ah, no, ahora no!– de desconocidas y desconocidos sin provocar una trifulca.
En un bar podemos parar y templar, incluso, a veces, mandar; olvidar por unos minutos –o reflexionar sobre ellas– las tensiones del día: la bronca con el jefe, el mal gesto a tu pareja (o de ella), ese hijo adolescente que te trae de cabeza, esa factura imprevista o esa multa que te has encontrado atrapada contra el parabrisas.
En un bar todo eso desaparece unos minutos. Tu mente se disipa en un continuo murmullo, alterado ocasionalmente por brotes –¡dios, qué palabra!– de voces altisonantes; observas las peculiaridades de la personalidad del camarero; te preguntas qué razonamiento habrá llevado a ese tipo a calzarse esos zapatos , o a aquella chica a perforarse ese piercing.
En un bar te olvidas de tu salud, de las deudas, de los índices de obesidad y del Ibex 35; se te van los malos amores y los peores humores, las tensiones familiares e incluso las deudas existenciales. Y si, además, el bar es tu bar, te sientes arropado, protegido, acompañado y reconocido, entre otras cosas porque hay un tipo que ve a cientos de personas cada día que se acuerda de cómo te llamas y de lo que sueles tomar. Un pequeño espacio acotado donde conocen tus gustos, saben de tus aficiones, quizá hasta del club de fútbol de tus amores; un lugar donde te han visto alegre, triste, apático, cabreado, absorto o indignado. Un lugar que es el tuyo. Tu bar. Un lugar donde puedes tomar algo caliente si tienes frío o frío si tienes calor; algo copioso si estás hambriento, algo sabroso si estás de antojo.
Ágora y confesionario, consultorio psiquiátrico, etapa volante y tiempo muerto, centro terapéutico, estación de servicio y puesto de avituallamiento, casa de postas, abrevadero y taller de restauración, desfribilador tabernario, bálsamo de Fierabrás, un bar es un espacio único donde se bebe, se come y se habla de pie, piel con piel, hombro con hombro, intercambiando aerosoles alegremente, peleando por cada pincho y cada caña. En nuestra realidad analógica, los bares son los ‘muros de Facebook, nuestro ‘time line’ de Twitter, incluso nuestra Wikipedia; los camareros, nuestro camarero es nuestro ‘comunity manager’ particular y ese imbatible tándem caña-marinera, una suerte de hashtag tabernario.
Hoy nos falta todo eso. ¿Qué hacemos si, ya en la calle, entre dos ‘mandaos’ nos sobran veinte minutos? ¿Dónde vamos? ¿A ver escaparates? ¿A deambular?. ¿Dónde quedamos con alguien? ¿En una picosquina, a la intemperie? ¿Dónde aliviamos la vejiga –magnífico pretexto para enchufarnos una cañita fresca?
En la Región de Murcia el 65% de los negocios de hostelería son bares. Y un importante porcentaje de ellos, el bar de barrio, el de debajo de casa (todos tenemos uno), ese bar familiar llevado por dos o tres personas en el servicio son el eslabón más débil de la cadena, los que sin duda más van a sufrir las sucesivas ‘olas’ de la pandemia. En España hay (había en 2019) 181.000 bares. La inmensa mayoría, según la propia asociación empresarial de hostelería, negocios de pequeño tamaño, con menos de diez empleados y con un componente familiar muy característico. Este establecimiento, tan definitorio de nuestra forma de vida, ya venía sufriendo cierres de negocio debido a la competencia de los nuevos modelos de restauración y al vaciamiento de la España rural. Pero lo que viene ahora es terrorífico. La patronal hostelera calcula que un tercio del total de establecimientos no volverá a levantar la persiana tras el paso de la Covid-19. Y los bares, nuestros bares, tu bar, es muy probable que sea uno de ellos.
Pero resistirán. Los bares ya estaban entre nosotros en el mundo clásico y eran parte consustancial de la vida social. Locales que servían comidas al público ya existían en la antigua Roma: las ‘tabernae’, una mezcla de ventas o posadas donde se daba alojamiento y comida. Y un simple virus no va a acabar con ese legado milenario.

 

Sobre el autor

Periodista, crítico gastronómico. Miembro de la Academia de Gastronomía de la Región de Murcia.


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