Supongo que si les digo que vamos a hablar de la ‘Brassica olercea L.var. italica Plenck’, se quedarán igual que yo cuando alguien intenta explicarme los fundamentos de la física cuántica: a cuadros. Pero si les digo que ese es el nombre científico del brócoli (que ya son ganas de ponerle nombres raros a las cosas simples) la cosa cambia. Terror de niños y adolescentes, al brócoli tenemos que mirarlo con buenos ojos. Todos sabemos que se trata de una hortaliza que es toda una farmacia y que sus beneficios para la salud humana son casi incontables: tiene propiedades antioxidantes, previene el cáncer, es una eficaz arma para combatir el colesterol y fortalece nuestras defensas. Todo ello, certificado y con el ‘sello’ de la Organización Mundial de la Salud. Sabrán que existe una asociación denominada +brócoli, fundada en 2010 con el fin principal incrementar el consumo de brócoli. Reúne a agricultores, comercializadores, investigadores, nutricionistas, restauradores y todas aquellas entidades afines y personas interesadas en difundir las bondades de esta especie. Pero lo que no es tan conocido es que el brócoli constituye un eficaz protector de nuestros ojos frente a la acción del sol, algo, por cierto, importante para quienes vivimos junto al Mediterráneo. Y no, no se trata de plantarse un ramito en cada ojo cuando estemos bronceándonos en la playa (no sería tan raro, hay algunas que se ponen rodajas de pepino). Y es que su consumo habitual incrementa la densidad del pigmento macular de la retina, clave de esa protección. Nuestra querida hortaliza tiene un alto contenido en carotenos, sustancias que aumentan la densidad de los pigmentos naturales de la mácula del ojo, una estructura de la retina clave para poder percibir detalles y movimiento y que sufre procesos degenerativos por, entre otras cosas, la acción del sol. Así que ya lo saben: el brócoli, las gafas de sol de la huerta.