Algunos restaurantes y colegios toman como pretexto la ‘comida para niños’ para facilitar la logística alimentaria o hacer marketing
Es habitual que en las grandes celebraciones familiares en torno a una comida (¡cuáles no!) el anfitrión disponga una mesa específica para los niños, diferente a la de los adultos. Una medida que tiene su lógica: los niños comen raciones más pequeñas, tienen otro ritmo y otros ‘modales’, están más a gusto todos juntos y de paso dejan tranquilos (relativamente) a los adultos. Hasta aquí todo bien.
La cosa empieza a ser discutible cuando, además, se les sirve una ‘comida para niños’ diferente a la de los adultos, lo que se hace, en parte por comodidad y en parte por una falsa creencia de que los pequeños deben comer cosas diferentes. Y eso es solo así, según los nutricionistas hasta los dos o tres años. A partir de ese momento, las necesidades nutricionales son las mismas para niños y adultos, cualitativamente hablando, aunque es obvio que no cuantitativamente. Y, desde luego, lo que es saludable para los adultos (y la contraria) también lo es para los niños, con la diferencia de que es en esas tiernas edades cuando se conforman hábitos alimentarios que perdurarán durante décadas y que serán muy difíciles de cambiar si no fueran (como suele suceder) los adecuados.
No sería preocupante si esta situación se limitara a la excepcionalidad del caso planteado. El problema es que hay detrás una idea que se repite en otros ámbitos, como la restauración y la escuela. En su recién publicado libro ‘¿Qué le doy de comer?’, los dietistas-nutricionistas Lucía Martínez y Aitor Sánchez hablan de «la abominación alimentaria denominada ‘menú infantil’ que se ha extendido en numerosos restaurantes. Los parámetros de una alimentación saludable de los pequeños no tiene nada que ver con esta iniciativa de muchos establecimientos. Por un lado, es más sencillo (y barato) para el establecimiento, tener un reducido menú para niños que adaptar a sus necesidades las distintas especialidades de la carta. Su elaboración es rápida, se utilizan algunos alimentos ultraprocesados, los ingredientes son de bajo coste y las mermas y sobras son fácilmente asumibles.
Por otro, se trata de un reclamo, a modo de servicio al cliente familiar, un elemento de marketing para que los niños coman algo que les gusta y así no molesten a los adultos. ¿Y qué les gusta a los niños, qué se comen sin problemas y sin dar ‘la vara’?: pasta con salsas de sabores intensos (muchas de ellas industriales con alto contenido en azúcar y grasas), pizzas, fritos en abundante aceite, hamburguesas, dulces y refrescos…
De esta manera se continúa en los restaurantes con el reforzamiento de unos hábitos alimentarios nefastos, que ya se suelen dar en el hogar, con altas ingestas de azúcares, grasas y sal que son responsables del sobrepeso y la obesidad y las enfermedades asociadas a estas patologías.
Sostienen los nutricionistas mencionados que la alternativa es muy sencilla: «Si ya comen fuera de casa, pediremos la comida como si fuera un comensal más, con las cantidades adaptadas a su condición». Y, por supuesto, con aquellas adaptaciones que requieran por sus preferencias. ¿O es que los adultos no pedimos en los restaurantes ensaladas sin atún, que nos quiten las patatas de un guiso o que nos sirvan un pescado sin sal? ¿Y qué decir de las adaptaciones que se ven obligados a realizar los restaurantes por las alergias e intolerancias de los adultos?
El otro ámbito donde rige esa nefasta idea del ‘menú infantil’, aunque de forma sobrevenida, es en los comedores escolares. Y de nuevo como consecuencia de la estructura y el sistema de producción y distribución de los alimentos que se consumen en la mayoría de estos centros. Salvando los casos en los que en el centro tiene su propia cocina y sus cocineros profesionales y a un nutricionista a tiempo completo, la logística es la que manda. En numerosos casos, la comida de los niños se elabora en centrales de restauración colectiva, es decir, caterings que terminan la comida en sus propias instalaciones y la trasladan hecha al comedor escolar. Este sistema es muy eficaz… para la empresa, y muy cómodo… para el colegio, pero no es el niño el que suele estar en el centro, en el foco de su trabajo. Esas mismas cocinas elaboran menús no solo para niños sino para otros colectivos por lo que la atención específica a grupos pequeños es complicada. Así que difícilmente se proporcionará a los pequeños una comida similar a la que se ofrecería a los adultos, si bien que adaptada al tamaño de las raciones. ¿Solución?: un ‘menú infantil’.
Los autores de ‘¿Qué le doy de comer?’ tienen al respecto de lo dicho un argumento definitivo: ¿Cómo ha llegado hasta aquí la humanidad sin ‘comida para niños», que obviamente no existía hasta hace unas pocas décadas?