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Pedro Alberto Cruz

En tierra de nadie

Mis siete maravillas del cine

José Luis Garcí acaba de publicar su último libro, Las siete maravillas del cine. Su estructura es sencilla. El director analiza sus 30 películas favoritas de la historia del cine, poniendo especial énfasis en las que él considera las siete maravillas de este arte. Su selección contempla filmes como Casablanca, Ordet, El hombre que mató a Liberty Valance o la trilogía de El Padrino. Como no coincido en casi nada con Garci, aquí va la lista con mis siete maravillas del cine:

El espejo (1975), de Andrei Tarkovski. Junto con el Gran Vidrio de Duchamp, la obra de arte más compleja, perturbadora y elíptica del siglo XX. No es un amor a primera vista. Requiere de un roce prolongado.

Un condenado a muerte se ha escapado (1956), de Robert Bresson. Cada mínimo movimiento muscular de los actores es una épica que extenúa al espectador. Después de Bresson, el empleo del plano-detalle en el cine debería ser considerado delito de lesa humanidad.

Cielo sobre Berlín (1987), de Win Wenders. El director alemán dio con la clave: el ángel caído es el único héroe existencialmente tolerable por el individuo posmoderno. Supone una de las más increíbles dignificaciones del amor carnal frente a su humillación por lo sagrado.

La fiera de mi niña (1938), de Howard Hawks. Bajo la etiqueta homologadora y descafeinada de “comedia clásica”, se esconde una de las películas más irreverentes y demoledoras del cine clásico. Mucho antes y mejor que Jeff Koons, Hawks se las ingenia para hacer añicos la moral en cápsulas “para todos los públicos”.

El moderno Sherlock Holmes (1924), de Buster Keaton. El suyo es un humor eterno, que jamás envejece. La comedia con más sentido del ritmo y la desvergüenza coreografía de la historia. Entre el deporte extremo, la danza contemporánea y la performance radical.

El guateque (1968), de Blake Edwards. La definición por antonomasia de la entropía, del caos quintaesenciado. Hilarante, convulsiva, inexplicable, irrepetible. Es para el género del absurdo lo que “El Quijote” para la novela de caballería. Ya no va más.

Holy Motors (2012), de Leos Carax. Una radiografía de lo que somos: máscaras sin rostro, copias sin original, actores sin identidad fija. Una película sin centro, sin asideros. Te resbalas y caes al abismo.

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Sobre el autor

Detesto las sumisiones ideológicas, el pensamiento unidimensional, lo políticamente correcto. La disidencia no tiene hogar. Si no está a la intemperie, en cueros, vagando de un lugar para otro, es una estafa. Entre los territorios establecidos y sus patriotismos de pacotilla, una estrecha e inhóspita franja sin identidad: la tierra de nadie.


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