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Pedro Alberto Cruz

En tierra de nadie

¿Utopía o distopía?

Los dos escenarios están perfectamente definidos: de un lado, la guerra entre Rusia y Ucrania, el avance del Estado Islámico, las pandemias cíclicas, las tensiones entre China y Japón, la bancarrota griega…; de otro, el pacto nuclear con Irán, la reanudación de las relaciones entre EE.UU y Cuba, el alto el fuego de las FARC… Se puede decir -y con razón- que la división es maniquea y obliga a decidir entre extremos tan alejados entre sí, que parecen habitar dimensiones distintas y sin conexión entre ellas. Pero, en rigor, eso es lo que tenemos: una actualidad que abandona el perfil medio, el desenvolvimiento rutinario, y que, a consecuencia de ello, se escinde en dos ramales que invitan a una concepción antagónica del futuro más inminente: o vamos hacia el ideal o, por el contrario, acabaremos aplastados por los escombros de la catástrofe.

¿Cómo será el futuro a tenor de los acontecimientos que son noticia hoy: utópico o distópico? ¿Triunfará la armonía de las buenas intenciones o nos avasallará el caos? Lo que es evidente es que las actitudes, los estados de ánimo, las ideologías, se han extremado para bien o para mal. Da pavor el hecho de que las opciones -aunque una de ellas sea óptima, muy buena, ideal- se hayan reducido drásticamente a posicionamientos absolutos, que fagocitan cuanto se encuentra alrededor. Día tras día, se destruyen millones de posibilidades -las representadas por las micropolíticas, por los individuos de a pie, anónimos, que transforman mínimos detalles a través de sus acciones. Todo se ha magnificado: lo mejor y lo peor, en forma de eventos que solo cuentan si tienen un carácter histórico, global, determinante. El actual momento parece una consecuencia de los más ingenuos y básicos estereotipos mentales: la luz de una parte, la oscuridad de otra. Y, entre medias, nada. Los ángeles buenos y los ángeles caídos en plena contiendan constituyen la foto fija de un periodo que apenas si ofrece oportunidades a las sensibilidades de baja intensidad, aquellas que no buscan pasar a la historia ni salvar o condenar el mundo. Me siento más seguro en sociedades en las que cada individuo aspira a gestionar diariamente sus miserias y virtudes, y no se siente llamado a liderar el espíritu de la nueva época.

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Sobre el autor

Detesto las sumisiones ideológicas, el pensamiento unidimensional, lo políticamente correcto. La disidencia no tiene hogar. Si no está a la intemperie, en cueros, vagando de un lugar para otro, es una estafa. Entre los territorios establecidos y sus patriotismos de pacotilla, una estrecha e inhóspita franja sin identidad: la tierra de nadie.


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