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Pedro Alberto Cruz

En tierra de nadie

La Lechera de Burdeos

Uno de los síntomas indiscutibles de la calidad de una ciudad es el nivel de especialización de su comercio. El rasgo diferencial de las grandes urbes reside en una oferta específica, de altísima calidad, para cada sector de demanda. Hay que trascender lo genérico, la vulgaridad del “todo de lo mismo” y “nada de lo diferente”. Y, en este caso concreto, existe un proyecto en Murcia que ha marcado una época y, ajustándonos a la realidad, ha supuesto una revolución tanto en las estrategias comerciales como en las gastronómicas: me refiero a la quesería La Lechera de Burdeos.
Antes de que este establecimiento abriera sus puertas, la gastronomía en Murcia no tenía apenas una cultura del queso. La inercia de tantas décadas hacía que el único queso que se podía consumir en bares y restaurantes fuera el fresco a la plancha o el curado o semicurado de toda la vida que acompañaba las raciones de jamón. A día de hoy, y gracias a la labor de pedagogía y educación del paladar llevada a cabo por La Lechera, no pocos locales de restauración murcianos han incluido en sus cartas una selección de quesos de autor. De tener apenas peso específico en la oferta, el queso se ha transformado en una “alta cultura” que, de unos años a esta parte, ha aportado a la oferta gastronómica de Murcia un marchamo de calidad hasta no hace mucho impensable. Y lo significativo de todo esto es que cualquier restaurante que oferta la pertinente selección de quesos lo hace bajo el aval de La Lechera de Burdeos, la cual se ha convertido, dentro del comercio gastronómico de la Región, en la mayor marca de excelencia y de legitimidad que existe.
Además, y por si la calidad del producto no fuera suficiente, la puesta en escena funciona como uno de sus principales atractivos. En el interior de La Lechera todo sucede como en una película de Patrice Leconte: ritmo lento, silencio, plasticidad de cada gesto. Los quesos de autor son vendidos en un entorno de cine de autor,  con una exquisitez y atención a los mínimos detalles que atrapan desde un principio a los clientes.

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Sobre el autor

Detesto las sumisiones ideológicas, el pensamiento unidimensional, lo políticamente correcto. La disidencia no tiene hogar. Si no está a la intemperie, en cueros, vagando de un lugar para otro, es una estafa. Entre los territorios establecidos y sus patriotismos de pacotilla, una estrecha e inhóspita franja sin identidad: la tierra de nadie.


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