Me parece extraordinario que se movilice el planeta entero para que se extradite al cazador norteamericano que dio muerte al león africano. Lo que sucede es que me sorprende el hecho de que tal sentido de la justicia y de la responsabilidad social no se promueva con -por ejemplo- los asesinatos en masa cometidos por diferentes grupos terroristas. En realidad, motivos como el de la muerte del león reclutan tantos compromisos personales porque resultan “políticamente neutros” o, por resumir, fáciles. Un león no comporta un apriorismo ideológico de ningún tipo y, en cierta manera, pertenece a ese tipo de “cuestiones naturales” cuya defensa viste mucho y desnuda poco. En cambio -y esto es lo terrorífico-, la muerte humana, sea la que fuere, sí que se encuentra ideológizada y, desde el punto de vista de la ética y el compromiso intelectual, ya no constituye una realidad neutra. El problema no es que se luche por prohibir la caza de animales -práctica ésta cuya legalidad constituye uno de los índices mayores de la depravación socialmente enquistada- sino que se mantenga un silencio cómplice, una hipócrita tibieza ante la cacería humana. Esta es la razón por la que no me tomo en serio a cuantos activistas ocasionales salen de súbito del caparazón como los caracoles después de la lluvia. En gestos tan bravucones de compromiso solo infiero una cobardía subyacente que impide echar huevos/ovarios a temas más problemáticos, de suerte que es en estas lides más consensuadas en donde los “caracoles activistas” sacan los cuernos al sol que más calienta para cubrir el expediente anual de responsabilidad política. Muy patético todo.