Se está convirtiendo en un hecho natural, de uso corriente, el ser agredido en la puerta de tu casa o en cualquier punto de la calle por el mero hecho de tener unas ideas y expresarlas. Ayer le tocó a Inma Sequí, apaleada en Cuenca por tres delincuentes ideológicos al grito de “fascista”. España es un país cobarde que, por lo general, siempre ha sido injusto con sus víctimas, pero que últimamente está dando un paso hacia adelante para pasar de la “injusticia” hacia el agredido a la “complicidad” con los agresores. Supongo que, tras leer esta última afirmación, algunos prejuzgadores -que no lectores- del texto se echarán sus democráticas y libertarias manos a la cabeza, confirmando sus peores pensamientos sobre quien escribe. Pero me reafirmo: complicidad. Y así es por varias razones:
1) La mayor parte de los partidos políticos de rancio abolengo y opinadores de postín han callado vilmente ante esta nueva agresión. Y, en según qué situaciones, quien calla otorga -máxime cuando lo habitual es que, ante cualquier gilipollez, las redes sociales y tertulias mañaneras y vespertinas echen humo negro.
2) Por alguna razón, este tipo de agresiones de cariz político suelen quedar sin resolver. La ausencia de culpables específicos deja un vacío aprovechado por los mentideros abisales para inventar historias mil y arrojar toneladas de mierda sobre la persona agredida. Con un descaro pluscuamperfecto, se intenta desviar los motivos de la agresión desde la arena política a la personal para evitar comprometedoras sospechas y, de paso, rematar la dignidad de la víctima por si acaso todavía queda algo de ella en pie.
3) La presión ambiental obliga a la víctima a perdonar públicamente a sus agresores, como si, por razones de esa “ética lateral” que tantos practicantes profesan, los “otros” tuvieran derecho eterno a odiarte, pero tú no dispusieras del mínimo margen para sentir desprecio y repulsión por los malnacidos que han querido matarte.
4) La víctima se siente impelida a pedir perdón por haber sido molida a palos. El modo en que se pervierten los hechos es tan sumamente fascista y lamentable que, llegado un momento, parece que el agredido ha de disculparse por interponerse en el trayecto de los puños y los pies de los otros. “Perdonen por molestar” -parece ser la conclusión.
y 5) Una victima jamás tendrá derecho a rememorar su caso porque, de hacerlo, estará incentivando el odio y el rencor. En cambio, tanto los agresores impunes como sus cómplices tendrán toda la cancha imaginable para agradecer -con su silencio o exabrupto- a esos justicieros sociales una acción violenta que, de manera muy consciente, alimentan diariamente mediante las palabras incendiarias con las que construyen la realidad.
Un beso Inma.