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Pedro Alberto Cruz

En tierra de nadie

Sergio Porlan

Desde el Renacimiento hasta la crisis definitiva de la Modernidad en los años 60, la pintura ha sido la casa del arte. Un hogar cómodo y confortable, con unos límites claros y racionales, en el que “lo pictórico” se convirtió en el auténtico arsenal de salud de la experiencia artística. Sin embargo, con el desvanecimiento de estos límites y la consiguiente desfiguración de su idea, la pintura ha asistido a la demolición de sus muros clarificadores y a la invasión de su espacio vital por parte de todo tipo de entidades exógenas y contaminantes. La salud se ha tornado en enfermedad, y la calidez en áspera y cortante frialdad.
Precisamente, la última exposición de Sergio Porlan en la Galería Art Nueve, además de confirmar a este joven autor como una de las propuestas pictóricas más sólidas y sugerentes del actual panorama español, ahonda en este concepto de la “casa fría” que, en su polisemia, admite una derivación hacia la realidad de la pintura contemporánea. Desde sus primeras obras –singularizadas por una creencia inquebrantable en la trascendencia estética de la pintura- hasta éstas últimas, la evolución de Porlan ha sido vertiginosa, desafiante para cualquier espectador receptivo: la pintura ha sido sometida a un proceso de perverso extrañamiento, por el que lo que antes era “cualidad esencial” ahora se ha transformado en máscara. Efectivamente, esa apariencia limpia, aseada, meditadamente cosmética de la pintura de Porlan permanece vigente en esta última colección de trabajos; pero, sin embargo, lo que ha variado sustancialmente es el sentido de su ejercicio connotador. La aparente pureza es solo un maquillaje que recubre al derrumbe interior, la escombrera emocional, la depresión y la dolorosa e insoportable vivencia del hogar de siempre. En una composición de siete piezas pequeñas –equivalentes a los siete días de la semana-, Porlan introduce, sobre el fondo de un exquisito monocromo oscuro, una finísima línea blanca con una dosis diaria de lorazepam. El confort estético que provoca su contemplación es cortocircuitado de inmediato por el conocimiento de que la depuración y el equilibrio tan atractivos para la mirada constituyen, en verdad, el resultado de la concentración máxima de la enfermedad. El pigmento es sustituido por el medicamento; en una clara demostración de que la pintura ya no funciona como refugio sino como un territorio de máxima inclemencia. El hogar frío que ahora lo define es un lugar para la supervivencia. La pintura supone el espacio de lo otro radical. Allí donde antes había límites, hoy hay abismos.

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Sobre el autor

Detesto las sumisiones ideológicas, el pensamiento unidimensional, lo políticamente correcto. La disidencia no tiene hogar. Si no está a la intemperie, en cueros, vagando de un lugar para otro, es una estafa. Entre los territorios establecidos y sus patriotismos de pacotilla, una estrecha e inhóspita franja sin identidad: la tierra de nadie.


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