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Pedro Alberto Cruz

En tierra de nadie

Terror contra conservadurismo

El pasado domingo participé en la primera edición de La noche de los cuentos de ánimas, celebrada en la Filmoteca Regional. Junto a mí, en la mesa camilla en la que cada autor leía su relato corto, se hallaba el artista Paco Rabadán. Antes de comenzar la lectura de su breve historia, Rabadán realizó una aclaración: “a mis 44 años, el terror no me lo produce el más allá, sino el más acá”. Confesó a renglón seguido que, como padre de un niño de 5 años, una de las prácticas que más le horrorizaban era el tráfico de órganos de menores. Y, reconocido esto, inició la lectura de su texto que, como acababa de avisar, se limitaba a describir la monstruosidad de una escena que, con total seguridad, estaba ocurriendo, en ese mismo instante, en algún lugar del mundo. Coincidiendo con el punto y final de su relato, una voz se alzó desde el público reprochándole, con malos modos, que eso no era terror sino delincuencia y que no había acudido a aquel acto para escuchar tales cosas. Rabadán se sintió perturbado y pidió disculpas por si había podido herir la sensibilidad de alguien.

A nadie se le escapa el conservadurismo de una región como Murcia. Y, sinceramente, a estas alturas solo puedo pensar que tal cerrazón mental ha adquirido la forma de una fatalidad histórica de la que no se puede escapar. Sorprende, además, que un relato de terror como el de Rabadán se considere como “no oportuno” para una velada de cuentos de terror. La mayor parte del imaginario de horror posmoderno está cimentado sobre diferentes modelos de psicopatologías que tornan el terror en algo muy físico y humano. Ahí están los ejemplos del Jason de Viernes 13, el Leatherface de La matanza de Texas o el film seminal de John Carpenter La noche de Halloween. Llama la atención no menos que, diariamente, cualquier individuo devore muchos minutos de violencia televisiva y realitys de una obscenidad bochornosa y que, sin embargo, se sienta herido y engañado por un relato que se escribe y se declama desde un compromiso ético: la protección de los menores y el miedo a que lo más sagrado que hay en la vida -un hijo- pueda ser víctima de semejante brutalidad. Pero, con todo ello, lo que más me enerva es la falta de educación y la intolerancia de cualquier persona que no está dispuesta a que sus patrones estéticos sean desbordados un solo centímetro y que, en lugar de esperar al final de la intervención para comentarle directamente al autor cualquier discrepancia, monta un show de lo más zafio. Paco Rabadán, dentro de la dureza del asunto tratado, redactó una historia de una pulcritud encomiable. Pero, ya se sabe, finalmente siempre es la libertad de expresión la que tiene que amoldarse a la cerrazón mental del inmovilismo, y, como sucedió en este caso, disculparse por su ambición. Así nos va.

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Sobre el autor

Detesto las sumisiones ideológicas, el pensamiento unidimensional, lo políticamente correcto. La disidencia no tiene hogar. Si no está a la intemperie, en cueros, vagando de un lugar para otro, es una estafa. Entre los territorios establecidos y sus patriotismos de pacotilla, una estrecha e inhóspita franja sin identidad: la tierra de nadie.


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