Estoy de acuerdo con Ada Colau en sus críticas a la celebración del día de la Fiesta Nacional. Pero, a diferencia de ella, no lo hago por coherencia ideológica, sino por normalidad intelectual. Estar en contra del desfile de las Fuerzas Armadas no equivale a posicionarse implícitamente contra el ejército. La labor que éste realiza es sobradamente conocida y solo puede ser elogiada. El problema es otro; y es que, en pleno siglo XXI, la exaltación de las virtudes de ninguna nación puede pasar por el enaltecimiento del músculo, el uniforme, el rifle y el tanque. El “poder” real de cualquier territorio se mide por la calidad de la población civil y por las pequeñas gestas que ésta acomete diariamente. Quizás sería más relevante para ensalzar el orgullo de la nación organizar un desfile con sus profesores o científicos más destacados, reclutar para pasear por las calles de Madrid a las PYMES y autónomos más esforzados y responsables, o realzar públicamente a los más brillantes artistas y escritores. Optar por estas otras “vías de orgullo patriótico” no supone devaluar el prestigio del ejercito ni dejar de honrar a sus mejores profesionales. Lo que sucede es que la exclusividad y las escenografías desmesuradas no le hacen bien ni al propio ejército ni a ninguna idea sostenible de España.
Tiene parte de razón Colau cuando afirma que el 12 de octubre se festeja un exterminio. Pero ahora viene la matización no ideológica: los días de gloria de cualquier territorio -países, regiones, pueblos- suelen ser la consecuencia de peleadas victorias que contienen raudales de sangre. Hace varios siglos, otros decidieron por nosotros, y lo hicieron para fijar en estas demostraciones de fuerza militar masculina la idea esencial de cada nación.
En cualquiera de sus connotaciones más gravosas, el concepto de nación resulta anacrónico e incapaz de contener a la mayor parte de las sensibilidades actuales. Lo que la sensatez pide no es impugnarlo ni vejarlo, sino otorgarle una formulación más fresca y contemporánea, menos dramática y plagada de símbolos. Todo debate en favor de la defensa de España que se emprenda desde la preservación de estas demostraciones obsoletas y premodernas tendrá todas las de perder. Los tiempos exigen otros modos, diferentes formas de pensar.