Cuenta la leyenda, aunque reciente, que los habitantes de una pedanía próxima a Murcia, enterados de que llegaba la electricidad, salieron a las calles con cubos y barreños para recoger la parte que les correspondiera. Y aunque a tales excesos no alcanzó la cuestión, lo cierto es que este invento que nos acompaña desde el parto al cementerio tuvo unos inicios en Murcia tan sabrosos como dignos de mención.
El alumbrado público en Murcia se inauguró el 25 de agosto de 1779, cuando se encendieron hasta 800 faroles de aceite, cuyo coste se satisfacía con los arbitrios sobre la nieve -que se vendía en la actual calle Radio Murcia-, el vino, los alquileres de casas o la carne. Casi un siglo más tarde, las primeras farolas de gas iluminaron la Glorieta. Entretanto, el viajero Alejandro Laborde escribiría en 1807 que Murcia no tenía alumbrado porque «se pusieron faroles; pero la novedad chocó al pueblo de tal modo que todas fueron rotas la primera noche a pedradas». En fin.
La electricidad resonó, a través de algunos timbres eléctricos instalados en el Ayuntamiento de Murcia, en 1886. Al año siguiente, se electrificó el Casino. Sin embargo, las farolas de gas y de petróleo seguirían presentes en las calles, y los continuos escapes secarán decenas de árboles, como sucedió en 1904. Sin contar la pillaresca de los faroleros, siempre dispuestos a hurtar el combustible que, alrededor de 1895, costaba al Consistorio hasta 10.000 pesetas al año.
El gas y el petróleo, al menos, eran adelantos conocidos. Porque hubo otros que dejaron boquiabiertos a los lectores. Es el caso de la bujía de esperma de ballena que el Diario de Murcia anunciará en 1894 como una nueva energía inofensiva. Aunque el prudente redactor elude explicar cómo demonios se obtenía tan preciado fluído. Eso sí, aclara que la industria ha llegado «a la mayor perfección».
«¿Y si hay tormenta?»
El Diario de Murcia, en 1894, anuncia que el invento de la electricidad pronto llegará a la ciudad. La noticia, en cambio, apenas recibe atención, si exceptuamos un curioso breve que advierte de que se encuentra en Murcia el ingeniero encargado de dirigir los trabajos. Sin embargo, no faltarán voces que adviertan de los peligros de tender cables con electricidad sobre sus cabezas cuando -ponían por caso- se produzca una tormenta.
Isaac Peral, a quien todos recuerdan como inventor del submarino y nadie por haber puesto en marcha las primeras 22 centrales de alumbrado en España, explicará en la prensa las bondades del invento. Todos se convencieron. Mientras el Consistorio observaba con dejadez la puesta en marcha del alumbrado público, ya en 1891 muchos particulares lo disfrutaban. Así lo prueba un anuncio del diario La Paz, que ofrecía por la desorbitada cifra de 25 pesetas una «luz eléctrica portátil». Ocho años más tarde, el Ayuntamiento dio luz verde a encender bombillas en Platería y Trapería durante el Carnaval, y en El Malecón. Y pare usted de contar. De hecho, el 1 de febrero de 1918, cuando Murcia quedó a oscuras por la falta de combustible que provocó la Primera Guerra Mundial, no hubo más remedio que instalar centenares de bombillas para garantizar la seguridad. Sin embargo, otros lo tenían más claro. Y muchos años antes. Es el caso del empresario Enrique Villar, quien solicitó en 1903 la explotación de las aguas que sobraban en la Contraparada para producir energía eléctrica. Otro murciano levantaría una central eléctrica junto a la calle de la Aurora. Ya bien entrado el siglo pasado, la electricidad se extendió por Murcia y sus pedanías, empezando por la Raya, en 1905. La última farola de gas aguantaría en nuestra calles, acaso algo polvorienta y aburrida, hasta el año 1946. A nadie, como ocurre en estas latitudes, se le ocurrió conservarla.