Para encontrar un obispo de Cartagena que, además, sea murciano de cuna, Lorca Planes aparte, hay que ahondar, ya no en la noche de los tiempos, sino en la mismísima creación del mundo. Porque es la segunda vez en la historia que un sacerdote nacido en estas tierras accede a tan alto privilegio. Al menos, desde la restauración del Cabildo emprendida por Pedro Gallego en el siglo XIII y, poco después, con el traslado de la sede a Murcia no se había producido un caso igual.
Así las cosas, el nombramiento del ceheginero Sebastián Chico como obispo auxiliar de la Diócesis es una novedad, aunque no será el primer prelado auxiliar de la historia en estas tierras. De hecho, sin ir más lejos, el 17 de julio de 1970 fue nombrado eso mismo el recordado Javier Azagra, quien no se convertiría en titular hasta septiembre de 1978.
Aunque murcianos pocos
Las razones de esta ausencia de murcianos en el Obispado son simples. De entrada, no está prohibido el nombramiento de prelados foráneos, como lo prueba la noticia de hoy. Sin embargo, lo que diferencia a la Iglesia Católica de otras confesiones cristianas es, precisamente, la universalidad con que los obispos desarrollan su pastoral. Roma considera que ese intercambio de prelados entre regiones enriquece y mejora el gobierno de los fieles.
En los últimos dos siglos, por otra parte, las nombramientos de obispos nacidos en Murcia para gobernar otras diócesis han sido tan escasos que incluso provocaron auténticas polémicas en alguna ocasión. Eso sucedió en 1989, cuando la Hoja del Lunes, haciéndose eco de un gran número de sacerdotes diocesanos, resumió en un titular la situación: «Cuarenta años sin un obispo murciano».
A lo largo del siglo XIX y durante la primera mitad del pasado, accedieron al privilegio dos bullenses, un cartagenero, dos murcianos y un ciezano. Así, Antonio García y Alfonso Ródenas, ambos naturales de Bullas, rigieron las Diócesis de Tuy y Valladolid y Almería, respectivamente, durante la década de los años 20 y 30 del siglo pasado. Francisco Cavero, nacido en Murcia, fue nombrado obispo de Coria en 1944, en cuya Catedral murió mientras celebraba la procesión de las palmas.
También era de Murcia Francisco Frutos Valiente, del barrio de Santa Eulalia, obispo de Jaca y de Salamanca en 1920 y 1925. El cartagenero Carmelo Ballester fue ascendido a la prelatura de León en 1939, de donde pasaría a Vitoria en 1943 y a Santiago de Compostela en 1948. Por último, el ciezano Jesús Mérida fue nombrado Obispo de Astorga en 1943.
Los últimos murcianos elevados a la dignidad de obispos aún viven. Uno de ellos, Francisco Gil Hellín, es arzobispo de Burgos. Otro, Jesús Juárez, del Alto de Bolivia. El tercero es José Manuel Lorca Planes, huertano de Espinardo. Y no será el último. Aunque eso decían hace ahora diez años justos fuentes vaticanas, que señalaban al próximo como «un buen teólogo, fiel al Magisterio de la iglesia y con ideas claras sobre las cuestiones familiares». Una década les ha llevado nombrarlo. La principal incógnita para muchos, y el entretenimiento para otros, es ahora saber qué relación tendrá el nuevo obispo con la ciudad que da nombre a la Sede.