Hace tanto tiempo que apenas queda nadie vivo para evocarlo. Pero sucedió. Y marcó para siempre, como ocurrirá cuando pase el coronavirus, a toda una generación de murcianos. La funesta epidemia de gripe de 1918 fue la última que azotó Murcia y sembró en las calles un trágico retablo de estampas apocalípticas. «La fin del mundo», que el apocalipsis siempre fue en estas tierras femenino. Alarmas aparte y salvando las distancias científicas y sanitarias, mucho de cuanto vivieron nuestros abuelos, se está reproduciendo estos días. O es muy probable, por desgracia, que suceda en los próximos.
El panorama en 1918 era estremecedor. Los muertos se amontonaban en los hospitales, más de un político salió a escape, los contagiados se contaban por miles y la rutina cotidiana quedó paralizada. Ni siquiera se permitía a los deudos acudir a los cementerios.
Esta gran epidemia, que fue provocada por los cerdos, causó la muerte de entre 40 y 50 millones de personas en todo el mundo. En apenas seis meses, a pesar de que los viajes sólo se realizaban por mar, el virus se extendió por el planeta. La llamaron erróneamente la gripe española porque la enfermedad se detectó por primera vez en Kansas el 11 de marzo de aquel año. La verdad es otra.
Como apunta el investigador José Miguel Prefasi, la prensa española era la única que publicaba la cuestión, inmerso el mundo en la primera Guerra Mundial. Así que, como en Cuba, los diarios americanos torcieron a su antojo la realidad. Cuando no llenaron barcos de infectados para diezmar a sus enemigos.
«La enfermedad reinante»
La epidemia adquirió en Murcia tintes dramáticos a partir del mes de septiembre. El comienzo de las infecciones se situó entre los días 4 y 5 de octubre, aunque ya el mes anterior se habían producido muchas defunciones, adquiriendo proporciones cada vez más alarmantes para culminar el día 19 de octubre.
El día 4, el alcalde de Murcia remitió una circular a los médicos de la Beneficencia municipal para ordenarles que informaran de los convalecientes «por la enfermedad reinante» y de cualquier alteración que observaran, «para que pueda garantizarse la sanidad pública». No imaginaba qué iba a suceder en las próximas jornadas.
Según datos de la Dirección General del Instituto Geográfico y Estadístico en la provincia de Murcia, fallecieron durante el mes de octubre 3.018 personas a causa de la gripe. Apenas nacieron 1.300 personas. La epidemia extendió el pánico entre el vecindario ante el elevado número de muertes que se producían. En Blanca, por ejemplo, fallecían hasta tres personas al día aquejadas por la enfermedad, como lo prueba una noticia publicada en el diario ‘El Tiempo’.
En Alhama murieron, entre el 1 y el 14 de octubre, 88 enfermos, mientras el corresponsal advertirá amargamente de que «el miedo ha infundido tales recelos a las gentes de este pueblo, que donde hay un enfermo, ni aun la familia acude en su ayuda, siendo muchos los casos en que por estar el matrimonio y los hijos en cama al mismo tiempo, ha tenido que perecer o empeorar alguno de ellos por salvar a los demás». De otro pueblo escribirán que «no hay familia donde no haya un muerto».
Rogativas imprudentes
El gobernador civil ordena entonces a todos los ayuntamientos que prepararan lugares aislados para los enfermos contagiosos y en Cartagena se prohíben las novilladas y la visita a los cementerios. Los teatros permanecen cerrados y se suspenden los juicios con jurado. Entretanto, crece el número de anuncios en la prensa sobre productos para combatir la epidemia. Y también la cantidad de esquelas que, en alguna ocasión, cubrirían por completo las portadas de los periódicos.
El presidente de la Comisión de Beneficiencia y Sanidad elevará al Ayuntamiento de Murcia una moción en la que establece las precauciones básicas para afrontar la epidemia. Entre ellas, recomienda lavarse las manos a menudo, proveer de escupideras a los enfermos, sumergir sus ropas en ácido fénico o zotal antes de sacarlas de la alcoba, lavar las paredes con cal y quemar azufre. Entretanto, las autoridades luchan contra el sacrificio ilegal de cerdos y los médicos no dan abasto: recetan, en pocos días, hasta 8.000 recetas.
En el parte médico del 20 de octubre la cifra de muertos en la capital ronda los sesenta. La precaución de suspender actos públicos no afectaría a la Iglesia. Eran otros tiempos. Ese mismo día se iniciaron rogativas en la Catedral de Murcia, a las cuatro y media de la tarde, con la exposición de la Patrona, la Virgen de la Fuensanta y de «Su Divina Majestad, Estación, Santo Rosario, Novena de los Santos, con la oración protempore pestilentia, Bendición y Reserva del Santísimo Sacramento. No pocos de aquellos fieles engrosarían las listas de fallecidos en los siguientes días.
Desidia en las pedanías
Según los informes diarios de Sanidad, la gripe azotó con especial virulencia a la huerta de Murcia, seguida de la capital y de las pedanías del campo. Alguna de las inspecciones que se realizaron entonces demostraron que la higiene pública brillaba por su ausencia. En Aljucer, por ejemplo, el cementerio estaba dentro del pueblo y ya no quedaba sitio para enterrar a nadie. Son lugares donde la prensa dirá que «su bandera es la desidia».
En otros, aunque la situación es dramática, suceden hechos que rozan la ironía. Es lo que sucedió en Churra cuando los inspectores observaron que el colchón donde había fallecido una mujer y su hija era cargado en un carro que también se empleaba para transportar patatas. Cuando le preguntaron al carretero a dónde llevaba el colchón, respondió de inmediato: «A casa de mi suegra». Lo que evidencia que, pese a la desventura, en esta tierra nunca se perdía el buen sentido el humor.