Si acaso no bastara con el aroma del escaso azahar que no lograron robarnos, ramas, tronco y hasta pella incluidos. Si no nos sobrara con esa espléndida luz que cantara el poeta Guillén, versos socorridos para algunos cansinos pregoneros. Si acaso no tuviéramos bastante con acariciar las túnicas que recuperamos, junto a tanta nostalgia, de las arcas. O si necesitáramos algo más que el sabor de las pastillas de caramelo, que alguno ya ha comprado treinta kilos para que no se le haga tarde… Si el tacto, la vista y el gusto no nos prologaran que la Semana Santa está encima, aún nos quedaría la prueba infalible del oído. Porque en cuanto uno escucha en el mismo día treinta o cuarenta veces aquello de «¡Esto está aquí!», de sobra sabe que no es el tío que te trae las multas del Ayuntamiento (que también), sino la cercanía de la Semana Santa del Azahar. Y tenemos la certeza al escuchar: «Nada. He visto la previsión y no caerá ni una gota». A un mes vista, ojo. O al revés: «Nada. He visto esa web caucásica, que es la buena de verdad, y dice que caerá la mundial». Y se aproxima la Semana Santa si alguien pone los ojos en blanco y te espeta: «¿Yo, procesiones? Yo las veo en Belluga o en San Nicolás. De toda la vida». Y luego se pasan la semana en La Manga. O escuchas: «¿Tú has visto el nuevo paso de tal cofradía? ¡Vergonzoso, nene, ver-gon-zo-so!». A lo que añade: «¡Pero ‘cuidao’, que la culpa es del Cabildo!». Llega la Semana Santa. Más cerca aún se siente cuando otro exclama muy serio: «Ser pregonero es un orgullo, pero mire, también una responsabilidad». ¡Pues claro, hijo! ¿Y qué me dicen de los programas que anuncian «la emotivísima celebración del solemnísimo triduo en honor a Nuestro Sacratísimo Titular y a cargo de su Eminencia Reverendísima Don Fulanito…? Es que llega, vivimos y concluye la Semana Santa y aún estamos leyendo la convocatoria con el Bando pasando por la Gan Vía, ¡leche!